Estrenamos el apartado mirar … con una pintura realizada en 1750 por el pintor veneciano Jacopo Amigoni que representa a la infanta María Antonia Fernanda, hija de Felipe V. El retrato se realizó para los desposorios de la infanta con el príncipe Víctor Amadeo III, duque de Saboya, después del acuerdo fallido para que la retratada se convirtiera en la futura esposa del delfín de Francia.

Era práctica común en las cortes europeas de la Edad Moderna, el intercambio de retratos entre prometidos, de forma que los futuros esposos pudieran hacerse una idea del aspecto que tenía su futura pareja.
Es por ello que la iconografía de la pintura pretende satisfacer su objetivo, haciendo referencias continuas al matrimonio y al amor. La que fue considerada la hija más bella de Felipe V, aparece en actitud solemne, portando un clavel en su mano derecha. Junto a ella aparece el dios del viento Céfiro portando una corona de rosas y jazmines, y Cupido, dios del amor, que ofrece narcisos a la infanta, la cual ajena mira al frente, hacia el observador.
He aquí una de las claves iconográficas de la pintura, las flores. La elección de cada flor no es caprichosa y se rige por una codificación ampliamente aceptada por las clases cultas y pretende transmitir un mensaje inequívoco. Así, el clavel representa el amor conyugal, pero siempre visto como un amor fiel y duradero reflejo del sutil aroma de la flor y de su largo periodo de floración. En la misma línea se encuentra el jazmín, el cual simboliza el amor, pero además, si su color es blanco pone el toque de atención en la pureza y virginidad de la novia. Este hecho no nos debe sorprender, ya que mientras que el hombre se representaba con elementos que hacían ostentación de su poder, la retratística de la mujer, aunque aludiendo a ese mismo concepto, iba más dirigida a reflejar las virtudes consideradas aceptables a su género. Y para la mentalidad de aquella época, no podía existir mayor virtud en una mujer que mantener su pureza y virginidad hasta el matrimonio.
Las rosas de colores de la corona sin embargo, representan la belleza femenina y el juego amoroso, dejando a un lado el aspecto más contenido del amor para dar paso a la pasión. Es curioso observar que es Céfiro el que lleva las rosas a la infanta. El mismo dios del viento que impulsa con su soplo a Venus, diosa del amor y la belleza, en El nacimiento de Venus de Sandro Botticelli. Se crea de esta manera un paralelismo claro entre María Antonia Fernanda y Venus, ambas mujeres, ambas bellas y ambas diosas. El autor mediante estas inclusiones aúna los dos aspectos básicos que quiere reflejar en la pintura: el poder y el amor.
A su vez, el narciso refuerza el concepto de poder insinuado con la inclusión de Céfiro en la pintura. Esta flor siempre ha estado asociada a la belleza, pero además, era símbolo de ostentación de un alto rango social. Que el pequeño Cupido ofrezca a la infanta un ramillete de estas flores, indica que el dios la reconoce como una mujer con un status digno de sus atenciones. La Monarquía Española mediante estos mensajes pretendía hacer constar al Reino de Cerdeña que el matrimonio con la infanta española otorgaría categoría social más allá de las conveniencias políticas.
Si bien es cierto que Amigoni hace despliegue del uso de las flores para simbolizar el amor y el poder, éste último aspecto se recalcará de otras maneras mucho más evidentes.
Así, la infanta que aparece de medio cuerpo con dignidad en el porte y las facciones sigue un modelo pictórico que comenzó en Italia en el siglo XV y se consolidó en España de la mano de Tiziano y Carlos V. Este modelo no buscaba otra cosa que la representación del poder para la ostentación y propaganda del mismo.
Otra herramienta que usa el pintor veneciano para recalcar el poder de la retratada es la riqueza en el vestuario de la misma. La infanta porta un vestido de seda ricamente bordado, cuyas mangas y pechera presentan un fino encaje. La pechera además, se decora con una fina pedrería en combinación con la diadema del pelo y de los broches que sujetan el elemento textil que mejor simboliza la ostentación de poder: los armiños.
Por último, haremos una reflexión sobre la elección de los personajes que acompañan a la infanta en la representación. Amigoni escoge estos seres mitológicos y no otros con una intencionalidad clara, reforzar una vez más el destino para el que le fue encargada la pintura. Y es que el pequeño dios alado Cupido es el dios del amor, y el dios Céfiro con sus alas etéreas tiene una fuerte relación con el nacimiento de la diosa del amor, tal como hemos explicado anteriormente. Pero además, que dos dioses acompañen a la figura portándole objetos quiere hacer digna a la monarquía de la divinidad, acercándola a ellos y poniéndola en un plano no accesible para el común de los mortales.
Espero que tras esta pequeña reseña, el lector pueda mirar … esta obra perteneciente al Museo Del Prado desde otra perspectiva que vaya más allá de los formalismos de la misma. Y llegados a este punto os preguntaréis, ¿y qué fue del matrimonio de María Antonia Fernanda? Pues no sabemos si la pintura le trajo buena suerte, pero el matrimonio fue feliz pese a haber sido convenido. Los duques de Saboya y reyes de Cerdeña llevaron una vida tranquila rodeados de pensadores modernos y tuvieron doce hijos.