En esta ocasión, daremos un paseo por… el viejo continente europeo, visitando algunos de los puentes más relevantes realizados en hierro durante la primera mitad del siglo XIX.
Durante este siglo, se produce una simbiosis entre arte y técnica gracias al empleo de nuevos materiales proporcionados por el desarrollo de la industria. El hierro, el acero y el hormigón comienzan a emplearse en la construcción, primeramente de manera experimental, para posteriormente explotar toda sus capacidades técnicas. El puente fue una de las tipologías que tempranamente empleó el hierro, generando bellísimos ejemplos, algunos de los cuales continúan en uso en la actualidad.
No obstante, debemos puntualizar que al comienzo del siglo XIX no se daba valor estético a estas construcciones. Muchos contemporáneos a estos ejemplos los miraban con extrañeza al considerarlos alejados de la arquitectura tradicional. Para ellos, el profesional que los diseñaba no encajaba con el concepto que tenían de artista.
EXPERIMENTACIÓN CON NUEVOS MATERIALES
Aunque el hierro se empleó desde la Antigüedad, su empleo masivo en arquitectura se produjo cuando se consiguió su fabricación en masa, extendiéndose su utilización desde el último cuarto del siglo XVIII.
Los primeros ejemplos de empleo de hierro como nuevo material se limitan al mundo fabril y la maquinaria. Durante esta primera etapa se investiga el material, sus características y su resistencia, buscando establecer los límites de su aplicación para la construcción.
En esta línea, Pritchard y Darby III, construyen entre 1775 y 1779 el puente sobre el río Severn en Coalbrookdale, Inglaterra, también llamado Iron Bridge. Este puente, que tradicionalmente se habría resuelto en fábrica, es el primer puente en arco que se realizó en hierro fundido. La existencia de un alto horno cercano, permitió abaratar los costes de la construcción del puente, lo que favoreció la elección del material.

El hierro contaba con un proceso de elaboración que le permitía abaratar costes y con profesionales dispuestos a apostar por él. Solo quedaba el impulso final, que vino de la mano del ferrocarril. La expansión del ferrocarril y de la locomotora de vapor, revolucionó el transporte de mercancías, haciendo que los tendidos proliferaran. De esta forma, la construcción de puentes en hierro como elementos para salvar obstáculos en los recorridos se multiplicó.
La pintura Lluvia, vapor y velocidad. El gran ferrocarril del Oeste de William Turner, aún sin intencionarlo, representa todo este momento de revolución técnica en el arte. La obra expuesta en 1844 representa un tren a su paso por el Maidenhead Railway Bridge, dejando la visión de Londres en el fondo de la pintura. Turner, a diferencia de otros pintores contemporáneos, admiraba la técnica y vio la industrialización como un tema merecedor de ser representado.

ARQUITECTOS VERSUS INGENIEROS
La introducción de nuevos materiales conllevó la aparición de nuevos métodos de diseño y cálculo. Las nuevas estructuras generaron una nueva imagen de la arquitectura y provocaron una disputa entre arquitectos e ingenieros por la competencia en la construcción de puentes. La contienda se saldó con la victoria de los ingenieros, lo cual en ocasiones supuso el desentendimiento de la estética de la obra.
Desde la docencia, los ingenieros ganaron la partida al presentar programas más novedosos. En Francia, se funda en 1744 la Escuela Nacional de Puentes y Caminos, mientras que en 1794 se crea la Escuela Politécnica en la que comenzaron a formarse los ingenieros. La formación de los arquitectos, sin embargo, siguió anclada a la tradición docente de los órdenes clásicos.
En España, la Escuela de Caminos y Puertos se funda más tardíamente, concretamente en 1799, por el ingeniero Agustín de Betancourt en imitación del modelo francés. En 1844 se funda la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid y de las Escuelas provinciales.
Es en este momento histórico, cuando las labores a desempeñar por los arquitectos y por los ingenieros quedan perfectamente definidas y diferenciadas. Los primeros se encargarían de la edificación, dejando las obras públicas y el trazado de las ciudades para los segundos.
INFLUENCIAS EN LA ARQUITECTURA DE LOS INGENIEROS
Los ingenieros reunieron ciertos preceptos de la arquitectura para adaptarlos a su metodología constructiva. Así, recogieron las enseñanzas arquitectónicas de Durand en ”Précis des leçons d’architecture” publicadas a principios del siglo XIX.
El arquitecto francés recomienda el empleo de un módulo fijo que se pueda repetir y combinar. Este aspecto iba en línea con el pensamiento de la fabricación en serie: elementos generados en fábrica que luego pueden ensamblarse en obra fácilmente. Así, las fundiciones comenzaron a fabricar piezas en serie siguiendo los módulos creados por los estudios de ingeniería. Los estudios y las fábricas de fundición de los distintos países europeos se enzarzaron en una guerra de patentes para posicionarse en este nuevo mercado.
Otra fuente de la que bebieron los ingenieros para el diseño de sus proyectos fue la tradición neoclásica, tan fuertemente arraigada en Europa. El principio de simetría encajaba perfectamente en la utilización de ese módulo fijo tan ansiado. Además, hacía mucho más cómodo el cálculo estructural de estos nuevos materiales.
PRINCIPALES PUENTES DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX
Los puentes pueden ser considerados como los ejemplos más característicos de la ingeniería decimonónica, sin duda impulsados por la expansión del ferrocarril anteriormente mencionada.
El británico Thomas Telford fue uno de los primeros arquitectos en dedicarse al diseño y cálculo de puentes. En 1801 proyectó un puente para salvar el río Támesis que constaba de un arco metálico de 180 metros de luz. Los nervios metálicos diseñados se inspiraban en las dovelas de un arco de fábrica, lo que refleja la temprana trasposición de la arquitectura tradicional a la arquitectura de los nuevos materiales. Aunque este proyecto nunca llegó a realizarse, sí construyó numerosos puentes en Reino Unido.
Así, a comienzos del siglo XIX Telford terminó la construcción del acueducto más alto y largo de Gran Bretaña. El acueducto de Pontcysyllte es navegable y cuenta con una sección de 3,35 metros por 1,60 metros de profundidad. El canal está realizado en hierro fundido y apoya en arcos del hierro que salvan 16 metros de luz, los cuales a su vez apoyan en 19 enormes pilares de mampostería.

En 1819 comenzó a construir el puente de Menai, el cual fue durante una década el puente colgante de mayor luz del mundo. El conjunto se sostiene por cadenas de cables, las cuales son sostenidos a su vez por dos grandes torres de piedra caliza huecas en su interior.

La construcción de puentes de hierro en Francia se vio retrasada por la Revolución. Uno de los ejemplos franceses más sobresaliente es el Pont des Arts del ingeniero Louis-Alexandre Céssart. El puente que cruza el Sena, se construyó para unir el Louvre con el Instituto de Francia. Nueve arcadas metálicas compuestas de cinco arcos apoyan sobre pilonos de albañilería. El puente fue cerrado en 1977, derrumbándose parcialmente dos años después a consecuencia del choque de una barcaza. Posteriormente fue reconstruido, inaugurándose en 1984.

Pero, si existe un ingeniero francés a destacar por su prolifera carrera en construcción de puentes es Marc Seguin, llegando a construir más de ochenta. Seguin no se dedicó únicamente al diseño y construcción de puentes, sino que fue un activo inventor y un entusiasta investigador de los nuevos materiales constructivos.
Todo este aprendizaje se sintetiza en la construcción del puente de Tournon sobre el Ródano. El puente sostenía una pasarela mediante cables metálicos. Esta técnica constructiva influyó notablemente en la posterior construcción de puentes europeos y norteamericanos.
El alemán John A. Roebling cogió el testigo de Marc Seguin. Se trasladó al Nuevo Continente y desarrolló un tipo de puente colgante que culminó con la construcción del Puente de Brooklyn ya en la segunda mitad del siglo XIX.
En España, durante esta primera mitad de siglo destaca la construcción del Puente de Isabel II o de Triana. El proyecto, llevado a cabo por los ingenieros franceses Bernadet y Steinacher, fue presentado en 1844 y se veía fuertemente influenciado por el Pont des Arts.

Tres arcadas compuestas de cinco arcos se apoyan en dos pilones de piedra y hierro uniendo ambas orillas del Gualdalquivir. El proyecto contaba con la condición de que los elementos de fundición de hierro fueran realizados por una empresa española. Estos trabajos se encargaron a los talleres de los hermanos Bonaplata.
En 1977 fue restaurado, cambiándose por completo el tablero del puente. Los arcos dejaron de tener función estructural desde entonces, pasando a ser elementos decorativos. Estamos ya lejos de aquellos primeros años en los que se cuestionaba la validez artística de esta tipología constructiva. Hoy en día se mira con admiración aquellas creaciones decimonónicas en las que arte y técnica se unieron para generar bellísimas obras de arte.