El término Art Brut fue acuñado por primera vez por el teórico y artista Jean Dubuffet. El francés pretendía designar con este título a aquellas manifestaciones artísticas realizadas por personas sin formación que se situaban fuera de los canales oficiales del arte. Aunque al comienzo, esta clasificación era amplia y recogía gran parte del arte marginal, finalmente acabó por englobar únicamente las creaciones realizadas por enfermos de clínicas mentales.

Durante este artículo de mirar…, veremos quiénes fueron los responsables de poner en valor el Art Brut. A continuación, nos centraremos en la obra de los esquizofrénicos Aloïse Corbaz y Adolf Wölfli, cuya excepcionalidad plástica les propició un hueco dentro de los discursos oficiales de la historia del arte.
PRIMERAS INVESTIGACIONES
Los primeros intentos para poner en valor el Art Brut acontecieron a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Este impulso fue dirigido por médicos que intentaban identificar, en las manifestaciones artísticas de algunos pacientes, signos de ciertas enfermedades mentales. Ello fomentó, a su vez, la creación de las primeras colecciones de Art Brut. Cesare Lombroso, Paul Meunier, Hans Prinzhorn y Walter Morgenthaler fueron pioneros en este campo, realizando estudios que sorprendieron en los círculos artísticos del momento y resultaron fundamentales para el reconocimiento de este arte marginal. La publicación de Prinzhorn “Expresiones de la locura. El arte de los enfermos mentales” influyó de manera notable en Paul Klee y Max Ernst, y la monografía de Morgenthaler “Un enfermo mental como artista: Adolf Wölfli” sirvió para dar un paso más en la consideración de estos enfermos como verdaderos artistas.

Sin embargo, lo habitual fue que estas creaciones no se clasificaran como arte, sino como producciones extravagantes e inusuales, dignas de contemplación por el asombro que causaban. Tanto es así, que el propio Meunier publicó su obra “El arte de los locos” bajo pseudónimo, temeroso quizás, de las reacciones que pudiera generar su publicación. Pese a ello, estos facultativos, mediante sus colecciones y su obra literaria, propiciaron una mayor visibilidad del Art Brut, haciendo públicas colecciones normalmente restringidas al mundo de la psiquiatría. Aún así, será Jean Dubuffet quien dará apoyo y nombre definitivo a este arte marginal que no encajaba en los círculos oficiales establecidos. Dubuffet dejará de lado la explicación médica, tratando estas manifestaciones como verdaderas obras de arte.
EL IMPULSO DEL ART BRUT POR ARTISTAS
El Art Brut no valió únicamente para revisar las teorías acerca del arte y generar nuevas perspectivas y miradas, sino que sirvió como fuente de inspiración para artistas y movimientos. Sin duda, los más impresionados, y aquellos que se tomaron más en serio esta producción fueron los surrealistas, atraídos por lo irracional, lo onírico y el subconsciente. Breton, quien trabajó en un centro psiquiátrico, quedó realmente impresionado por la fuerza plástica de las obras de algunos pacientes. Esta experiencia le llevó a explorar su “yo” interior, aplicando métodos que había conocido de primera mano en la clínica. Max Ernst, mostró evidente interés en el Art Brut, plasmándolo en su propia obra. Sin duda, le sirvió de impulso los años en los que estudió psicología y psiquiatría en la ciudad de Bonn.

Pero la introducción del arte psicótico en el mundo artístico, conllevó su visión meramente estética, descuidando su aspecto psiquiátrico. Ello provocó la equívoca visión romántica de sus creadores, visión contra la que luchó fervientemente Jean Dubuffet. Fue un surrealista, sin embargo, quien mostró la crudeza del Art Brut, reflejando desde su experiencia personal la inocencia de los trabajos sobre el inconsciente de sus compañeros. Antonin Artaud adicto a las drogas y psicótico, dibujó profusamente en diferentes psiquiátricos con la crudeza propia del enfermo mental.
LA PUESTA EN ESCENA DEL ART BRUT
El verdadero impulsor del arte de los enfermos mentales fue Jean Dubuffet. En 1945, el artista francés realizó un viaje iniciático por distintas clínicas psiquiátricas de Suiza, visualizando la obra de pacientes como Anton Müller, Aloïse Corbaz o Adolf Wölfi. Quedó deslumbrado. Ese mismo año acuñó el térmico Art Brut para referirse a estas creaciones. Con ello, pretendía definir un arte original, sin trabajar, en estado puro, sin contaminar. Los artistas brut, al carecer de formación, no se ven afectados por las reglas académicas, enfrentándose a la obra de arte de una manera más libre, carente de influencias o referentes artísticos.

Los preceptos impuestos para el Art Brut por Jean Dubuffet, fueron no obstante transgredidos, al introducir el francés estas obras en los “canales oficiales del arte”, aunque fuera de manera pseudoclandestina. Así, Dubuffet expuso primeramente obras de su colección en el sótano de una galería de arte. Sin embargo, al crecer la colección buscó un nuevo emplazamiento y formó la “Compañía de Art Brut”, en la que figuraban referentes del panorama artístico como André Breton y Michel Tapié. Dubuffet intentó no obstante, que el Art Brut no se normalizara, aislándolo de los museos convencionales. Por ello, en 1971, el artista francés decide donar su colección a la ciudad de Lausanne para su propia musealización. Se había iniciado un camino que continuarían otros museos y galerías.
DOS ARTISTAS, MISMA PASIÓN
Las obras de Art Brut no están creadas para ser admiradas, para obtener un rédito económico o para alcanzar prestigio profesional, sino que se generan de la pulsión creadora del artista, la cual es en la mayor parte de las ocasiones desbordante e incontrolable. Este aspecto favorece la plasmación de mundos íntimos y personales que, en ocasiones, son legibles solamente por el propio artista. Es probable que estos enfermos vivieran a través de sus obras aquella vida soñada.

Existen dos artistas que pueden ser considerados el paradigma de artista brut, por la originalidad de sus trabajos y por el reconocimiento alcanzado con su obra. Se trata de Aloïse Corbaz y Adolf Wölfli, enfermos esquizofrénicos, que plasmaron universos sumamente individuales con ciertas característica comunes como el horror vacui, el uso profuso del color y el fuerte simbolismo de sus obras.
ALOÏSE CORBAZ
En 1918, Aloïse Corbaz, contando 32 años, fue ingresada en el hospital psiquiátrico universitario de Cery por demencia precoz, lo que hoy en día se denomina esquizofrenia. La decisión de su ingreso fue tomada por su familia, quien quedó asombrada de su comportamiento, al retornar a casa después de ejercer como educadora infantil en la corte del kaiser Guillermo I. Corbaz mostraba delirios persecutorios, creía estar embarazada de Jesucristo y sentía que le robaban a hijos y maridos que, en realidad, no tenía.
Al no existir en aquel período ningún tratamiento para su enfermedad, su estado clínico iba empeorando paulatinamente, afectando incluso a su fisionomía. Tras dos años de estancia, fue trasladada al asilo de la Rosière, donde Aloïse se fue aislando cada vez más, mostrando comportamientos violentos y libinodosos. Sin embargo, este agravamiento fue acompañado de una explosión creativa. Comenzó a pintar y escribir, generando una cosmogonía propia que recreaba un mundo íntimo, personal y único poblado de reyes, reinas, el Papa, la Virgen, caballeros y damas, personajes de teatro, actores y actrices. En suma, un popurrí de mundo de ensueño. Estos personajes, protagonistas de la escena, llevan ropas lujosas, peinados llamativos y adornos extravagantes con joyas espléndidas.

Es habitual que los personajes queden enmarcados por suntuosos telones de fondo, conformando así, el gran teatro de la cosmogonía de Corbaz. Y es que el teatro será una constante en la obra de la artista suiza, el cual evolucionará desde los rígidos y pomposos escenarios teatrales de sus primeros años, hasta las sutiles referencias de los últimos tiempos, como la representación de un pedazo de telón al fondo de la escena. Sorprendentemente, esta fantasía teatral parece dar forma a la concepción teórica de Antonin Artaud, aunque Aloïse no leyó las teorías del francés, y éste no conoció la obra de la suiza. Solamente dos cosas les unían: la pasión por le teatro y la esquizofrenia.

El circo y los carteles publicitarios de cine le servirán como inspiración. En sus años de juventud quedó fascinada por las funciones del Circo Nacional de Suiza, en las que los artistas aparecían vestidos fastuosamente y los animales dotaban al ambiente de un atractivo exotismo. Y es que el mundo circense tiene grandes concomitancias con el mundo teatral. Ambos funden realidad y ficción, al igual que la cosmogonía de Aloïse.
La temática principal de este gran teatro son las historias de amor, con grandes amantes trágicas como protagonistas. Cleopatra, Salomé, María Estuardo, Josefina, etc. aparecen de manera recurrente en la obra de la suiza. Según el psiquiatra Alfred Bader, esta temática nacía de las pasiones delirantes de su enfermedad. Así, mediante la plasmación de estas mujeres en su pintura, compensaba el dolor de su sexualidad reprimida. El personaje masculino que dibujó con mayor frecuencia, fue Napoleón, representado por un característico flequillo y acompañado habitualmente de la letra N. Todos los personajes de la obra de Aloïse muestran una expresión hierática e inexpresiva, con unos grandes ojos sin pupilas, como cegados. Algunos investigadores han querido ver en estos ojos una influencia de los escritos de Alexander von Humboldt y su descripción de la estatua de una divinidad mexicana, de la cual Aloïse, era conocedora.

Otra temática recurrente será la religiosa. Representaciones de la Virgen con el Niño serán habituales desde sus primeros trabajos hasta los últimos, haciendo referencia en muchos de ellos a los grandes maestros de la pintura. La adoración a los Reyes Magos y otros pasajes también tendrán cabida en su repertorio. El papa Pío XII, ocupará un lugar privilegiado, retratado generalmente de manera frontal y hierático. También es muy habitual encontrar la representación del Bon-Enfant, una versión suiza de Papá Noel, quien simboliza a la propia Aloïse en su faceta creadora.

Como soporte para sus obras empleaba cualquier elemento a su alcance. Robaba papeles de la basura, cosía pequeños trozos de estraza, aprovechaba cartones de cajas, almanaques, páginas de revistas… Esta manipulación del soporte no era fortuita, ya que lo integraba en la propia obra. Así, un texto de revista podía convertirse en el cabello de una mujer. Como materiales empleaba fundamentalmente lápices de colores, acuarelas y flores que frotaba para obtener el color. Su psiquiatra Hans Steck le regaló cuadernos y lápices para alentar su faceta artística. Sin embargo, Aloïse continuó buscando en su entorno inmediato materiales de trabajo, sin abandonar sus pequeños hurtos. El abandono a su pulsión creativa le permitió superar su autismo, mejorando sus relaciones sociales en el asilo.

A partir de los años cuarenta la obra de Corbaz evoluciona hacia el colorismo y el monumentalismo, mientras en paralelo mejora su estado clínico. La doctora Jaqueline Porret-Forrel se ganó su confianza y le motivó a seguir dibujando, proporcionándole papel y lápices de colores. La obra de Aloïse también mostrará una evolución importante en la relación entre su obra pictórica y sus escritos cosmogónicos, volviéndose mucho más compleja. Todos los objetos se cargan de un fuerte simbolismo. El abeto representa la Navidad, las camelias los pechos de mujer, el caballo , la góndola y el trineo son los transportes del amor, el color azul el teatro, el elefante cósmico es el sustento del mundo, el escorpión la muerte, el nenúfar la vida, el pájaro la fertilidad y libertad, y así un sinfín de elementos más. La temática de su obra, sin embargo, apenas variará.

En 1963, Aloïse fue seleccionada para una exposición de mujeres pintoras y escultoras suizas. Su producción comenzó a comercializarse, le proporcionaron rotuladores como material de dibujo y abandonó en cierta manera su libertad como artista. Como resultado, su obra se resintió, perdiendo la vitalidad previa. Al año siguiente falleció esta excepcional colorista, dejando una extensísima obra de gran originalidad.
ADOLF WÖLFLI
En 1895, Adolf Wölfli, de 31 años de edad, fue internado en el manicomio Waldau, tras haber intentado agredir a una niña de tres años y medio. Esta clínica fue su hogar hasta su muerte, tras una infancia miserable, llena de crueldad, y una vida adulta rodeada de violencia, frustración y agresiones.

El diagnóstico en su ingreso fue de esquizofrenia. Wölfli sufría autismo, alucinaciones, delirios, pensamiento dislocado. Era un interno violento y querellante que obligaba a sus cuidadores a extremar las precauciones durante sus interacciones. A los cuatro años de su ingreso inició una fuga que no completó. Los trabajadores encontraron la celda abierta y a Wölfli extenuado dentro de la misma. Ese mismo año comenzó a pintar, escribir y componer música de manera compulsiva. Es sorprendente ver cómo una persona que nunca ha acudido a la escuela es capaz de generar tal cantidad de obras plásticas, literarias y musicales de innegable valor. Incluso llegó a crear sus propios instrumentos con los que interpretaba sus composiciones. Los trabajadores de la clínica ante este inusitado frenesí, comenzaron a proporcionarle dos lápices semanales a cambio de un buen comportamiento.
El año 1907 fue fundamental para Wölfli, ya que conoció a Walter Morgenthaler. El doctor se mostró profundamente interesado por la obra del suizo, proporcionándole material de dibujo y alentándolo en su acción creativa. Trabajaba sin descanso, dibujando y escribiendo sobre papel de periódico blanco y juntando las páginas en cuadernos y tomos que iba apilando en su celda. A la vez, generó obras sueltas que regalaba o vendía, y aceptó encargos para pintar muebles como armarios o biombos. El doctor consideró a Wölfli un verdadero artista y abrió un camino fundamental para la aceptación del Art Brut. La publicación, en 1921, de su libro “Un enfermo mental como artista: Adolf Wölfli“, propició la primera exposición plástica de arte marginal del mundo.

Este artista, de excepcional talento, plasmó en su obra plástica un rico mundo interior de imágenes complejas, en los que no faltan referencias a su vida, cargadas de un fuerte simbolismo. Los pajaritos, por ejemplo, se asocian a la sexualidad e indican la carga erótica de la escena, y los círculos alrededor de los ojos de los personajes han sido interpretados como máscara o antifaz de la personalidad. Algunos de estos elementos cargados de simbolismo, como los pajaritos, las babosas o los cencerros se repiten asiduamente, convirtiéndose en asuntos arquetípicos.

El lenguaje cobra una importancia vital en la obra plástica del suizo. Inventó alfabetos y ortografías propias que incluyó en sus pinturas, trazando además, pentagramas y notas que seguían las líneas del dibujo. El código era fundamental en la obra de Wölfli, no solo en el lenguaje, sino también en el dibujo, siendo habitual que cambiara la función a los objetos o seres. Así, una serpiente se convierte en una columna, y una esfinge puede ser en realidad un centinela.
Los medios materiales más empleados por el suizo fueron los lápices de colores y los papeles de diversas procedencias que podían mezclarse generando collages. Al comienzo, sus dibujos estaban realizados a lápiz negro, debido a que era la única herramienta que poseía. En cuanto le fue posibilitado, integró el color, generando composiciones organizadas de una forma muy meticulosa. Es habitual en Wölfli, el empleo de un dibujo central simétrico rodeado de un borde ornamentado, así como el uso de patrones repetitivos que rellenan todo el espacio en respuesta de un aparente horror vacui. Círculos, cruces, pentagramas, textos, arquitecturas…., organizan el espacio de manera completamente medida. Esta reiteración de estructuras recuerdan a los mandalas hindúes.

Adolf Wölfli obtuvo el reconocimiento artístico que se merecía póstumamente, entrando de forma irónica en los canales oficiales del arte. En 1963 su obra se expuso en la Kunsthalle de Berna, y un año más tarde la primera obra de Wölfli fue adquirida por un museo público. Desde entonces, su prestigio ha ido en aumento, siendo numerosas las instituciones que divulgan su obra.
Corbaz y Wölfli son, sin lugar a dudas, las figuras del Art Brut que han gozado de un mayor reconocimiento. Sin embargo, no fueron los únicos que crearon obras plásticas de un innegable valor artístico. Pese a la existencia de características comunes en las obras de estos artistas, cada paciente recreó universos plásticos únicos. Hoy en día, los medicamentos prescritos controlan las enfermedades de una manera mucho más eficaz, aunque al modificar los impulsos, hacen que el enfermo pierda, en muchos casos, el impulso creativo.