La isla de Lanzarote posee un patrimonio cultural y natural de gran singularidad. El volcán de La Corona nos ha regalado una joya de paisaje volcánico, un malpaís de una belleza cruda que sobrecoge. Las erupciones de dicho volcán propiciaron la creación de un tubo volcánico en el que se ubican los famosos Jameos del Agua.
El artista César Manrique supo ver el valor paisajístico, plástico y científico de este lugar, generando a lo largo de más de una década una intervención arquitectónica que asombra al espectador a cada paso de su visita. En este artículo, vamos a dar un paseo por… estos jameos, analizando tanto su origen natural como la intervención en ellos realizada.

UNA ISLA Y UN ARTISTA
La isla de Lanzarote debe mucho a César Manrique, y es que el polifacético artista no solamente ha sabido transmitir a través de su obra la esencia de este territorio canario, sino que además protegió fervientemente el patrimonio cultural y natural de la isla frente a la amenaza de la construcción incontrolada. Con sus manos ha sabido moldear el paisaje y la arquitectura popular lanzaroteña y fusionarla con la contemporaneidad, generando obras que asombran por su armonía y respeto por el entorno.

César Manrique estudió y comenzó su carrera profesional en Madrid, trasladándose posteriormente a Nueva York, donde permanece por período de dos años. Tras ellos, el artista decide regresar a Lanzarote y establecer allí su hogar definitivo. Sea por añoranza, o buscando una mayor calidad de vida tras el ajetreado ritmo neoyorkino, lo cierto es que el amor del artista por su isla ha sido una constante en su carrera profesional y en su vida personal, invitando a numerosos amigos a Lanzarote, la cual mostraba lleno de orgullo y admiración.
Su vuelta a la isla a finales de los años sesenta coincide con un boom especulativo y constructivo español, que amenazan con transformar completamente la imagen de la isla. Manrique, tempranamente ve el peligro que ello conlleva para el paisaje y la arquitectura popular del lugar, por lo que toma varias iniciativas que intentan fomentar la conciencia paisajística de la población y la clase dirigente política.

Durante la década de los setenta, Manrique se embarcó en la realización de una serie de obras arquitectónicas con un profundo sentido paisajístico y un afán por la integración entre naturaleza y arquitectura. El Mirador del Río, el Jardín de Cactus, su vivienda en Tahíche y Los Jameos del Agua, obra a la que dedicamos este artículo, son solo algunos de los fantásticos ejemplos en los que el paisaje, arte popular y arte pop se fusionan generando un todo indisoluble.
PERO… ¿QUÉ ES UN JAMEO?
El origen volcánico de las islas de Lanzarote y Fuerteventura se remonta a quince millones y medio de años, siendo el más antiguo de las Islas Canarias. Varios volcanes, con su continuada actividad han dado forma y aspecto a la islas que hoy en día conocemos. Entre ellos, La Corona es el responsable de conformar el malpaís del extremo norte de la isla de Lanzarote. Un malpaís se forma con los fragmentos y los ríos de lava que son expulsados de manera violenta desde el interior de un volcán, los cuales al enfriarse generan un paraje inhóspito en el que muy pocas especies vegetales pueden coexistir.

Durante un prolongado tiempo, un río de lava incandescente se abrió paso desde la chimenea de La Corona, en dirección este, hacia la costa, introduciéndose más de un kilómetro en el mar. La lava poco a poco fue fundiendo y erosionando el malpaís, generando un canal. Pero con el contacto del aire, la lava más externa se va enfriando y se transforma en una pasta que se pliega hasta formar una bóveda sólida y dura, un tubo volcánico por cuyo interior fluye la lava. El tubo volcánico del malpaís de La Corona es uno de los más largos del mundo, discurriendo durante más de siete kilómetros.
Pero estos tubos volcánicos no permanecen incólumes durante todo su recorrido, sino que en ocasiones, la acumulación de gases o la inestabilidad estructural, provocan que esta bóveda se desplome, generando unas grandes torcas, también denominadas jameos. Concretamente, el tubo volcánico del malpaís de La Corona cuenta con veinte jameos, entre los que destacan aquellos de la Cueva de los Verdes y los Jameos del Agua. Este último se compone de tres jameos denominados Jameo Chico, Jameo Grande y Jameo de la Cazuela. Según los expertos, los dos primeros se formaron por la presión del vapor de agua que hizo reventar la bóveda, mientras que el último parece ser consecuencia de un derrumbamiento.

FUSIÓN ENTRE ARQUITECTURA Y NATURALEZA
A principios de los años sesenta comienzan los trabajos de limpieza de las torcas, que se encontraban en aquel entonces deterioradas por la acumulación de residuos varios. A continuación, César Manrique y los arquitectos Jesús Soto y Eduardo Cáceres redactaron el proyecto de adecuación de los Jameos del Agua. El equipo consiguió sacar de la ruina estos espacios naturales sin introducir elementos ajenos al lugar, reconvertiéndolo en un espacio de uso público que preserva a la vez el valor paisajístico y científico del tubo volcánico.

Una de las virtudes de las actuaciones de César Manrique reside en aparentar una escasa intervención. La sensibilidad de César por el tratamiento del espacio natural hacen que a ojos del visitante elementos colocados en el lugar intencionadamente por el artista, parezcan autóctonos. Los Jameos del Agua es un ejemplo de ello.
En este espacio natural podemos ver características propias de las intervenciones arquitectónicas de César Manrique, donde la naturaleza y la arquitectura parecen fusionarse en una integración sutil. Los elementos constructivos como pavimentos, barandillas, maceteros, manperlanes… están compuestos de materiales obtenidos de la propia tierra trabajados de manera artesanal, lo que otorga gran calidez y recogimiento. Igualmente, la vegetación que en origen se reducía a líquenes o musgos, está pensada para potenciar las posibilidades paisajísticas y plásticas de cada rincón de los espacios naturales, interactuando con nuestros sentidos. Y es que la visita a los Jameos del Agua es toda una experiencia física que implica a todos los sentidos. La relación de la luz, la humedad, la oscuridad, los reflejos, el sonido… con la arquitectura generan un estado de sorpresa en el usuario que hacen de su visita una experiencia única.

El artista genera un recorrido que impela al visitante a emplear todos sus sentidos, estando cada elemento constructivo, natural y decorativo absolutamente pensado. A continuación, vamos a realizar dicho recorrido:
JAMEO CHICO
El visitante comienza en un descenso hacia la primera torca, en lo que se asemeja a la introducción en una cueva de un viaje íntimo y sorprendente. Durante el descenso, la luz se va tamizando poco a poco y sobreviene una sensación de recogimiento que es acentuada por la calidez de la madera de la escalera.

El espacio central de la torca es ocupado por un bar-restaurante, quedando los aseos situados en una zona más profunda de la torca que se introduce hacia el túnel Atlántico. La combinación cromática del negro de la lava volcánica, el verde de la vegetación, el blanco de algunos pavimentos y paredes, el marrón de los elementos de madera y el naranja de la decoración mobiliaria crean un equilibrio perfectamente compensado. Sin duda, el color naranja y las formas del mobiliario son deudoras de la artesanía tradicional y el pop art del que bebió el artista en Nueva York. El restaurante disfruta de unas magníficas vistas a la laguna, a la cual se accede a través de una escalera en zigzag.

LA LAGUNA ENTRE JAMEOS
Entre los jameos se ubica una pequeña laguna natural límpida y azul, cuyo espacio sobrecoge por el efecto que en ella genera la luz natural. Este tramo del tubo volcánico se ilumina a través de las dos grandes bocas de los jameos Chico y Grande, generando una luz difusa que envuelve el espacio en misticismo gracias a la difracción tenue que provoca la cueva y la lámina de agua.

Por si ello no fuera suficiente, a determinadas horas del día, un óculo central ilumina el espacio mediante un rayo de luz creando un efecto muy similar al del Pateón de Roma. Este óculo de dos metros de diámetro aproximados es de origen natural y deriva de la presión generada por el vapor de agua. Esta presión provocó el reventón de la bóveda, como en el descorche de una botella, posándose el fragmento de roca junto a la abertura.
La laguna se originó por la filtración del agua de mar entre las rocas, aunque todavía no se le ha encontrado una conexión con el mar. Este pequeño y aislado hábitat da cobijo a una especie única de cangrejo, que por las condiciones del espacio es totalmente albino y ciego. Este pequeño animal sirvió a Manrique para inspirar el anagrama del lugar.

JAMEO GRANDE
El acceso al Jameo Grande desde la laguna se realiza a través de una escalinata que aprovecha las capas de la lava estratificadas naturales. Estos estratos son aprovechados a su vez por Manrique para integrar una serie de plataformas que se aterrazan alternando vegetación y zonas con mesas. Estas terrazas tienen unas magníficas vistas a la laguna, y a un pequeño escenario que se crea junto a la lámina de agua para espectáculos.

Tras el ascenso se llega al jameo propiamente dicho, de dimensiones mucho mayores, dominado por la presencia de una piscina artificial. En el lado izquierdo se construye un pequeño bar y en el derecho se ubican las escaleras que dan acceso a la parte superior del complejo, donde se ubica el espacio museístico de la Casa de los Volcanes, la tienda y otras construcciones complementarias. Los recursos formales y estilísticos de este jameo son los mismos que los ya empleados en el Jameo Chico.

JAMEO DE LA CAZUELA
Al fondo del jameo grande, un nuevo tramo de tubo volcánico da acceso al tercer jameo, el de la Cazuela. En este tramo de tubo se integró un auditorio que aprovecha la pendiente natural del terreno para la construcción de su graderío. En la apertura del Jameo de la Cazuela Manrique instaló el escenario de dicho auditorio.

El espacio de este jameo se cubrió con una cúpula de cristal que permite proteger el escenario de las inclemencias meteorológicas. Al fondo, una pequeña cascada de agua interactúa nuevamente con los sentidos del espectador.
Tras la embriaguez sensorial que supone la visita a los Jameos del Agua, el espectador saldrá del complejo y retornará a la dureza del paisaje del malpaís de La Corona, mirando con nuevos ojos la obra del volcán, y valorando de una manera diferente el paisaje de la isla de Lanzarote, tal como seguramente deseó que hiciéramos César Manrique.