En un artículo anterior, pudimos adentramos en la casa romana de atrio y peristilo, analizando y estableciendo las características fundamentales de sus estancias más públicas. A lo largo de estas líneas, seguiremos profundizando en esta tipología habitacional y daremos un paseo por… aquellas estancias que, aun siendo íntimas, mantienen un cierto carácter público. Estos ámbitos se proyectaron para la representación y la exhibición del poder de la familia y participan de su discurso teatral. Todo ello, condicionará su formalismo y decoración.
LA ZONA SEMIPRIVADA DE LA CASA DE ATRIO
La domus romana nunca se entendió como un lugar destinado a la intimidad familiar, sino más bien como un refugio en el que desarrollar diferentes actividades que implicaban un mayor o menor grado de socialización. La política y la economía condicionaron la vida familiar romana, sobre todo en la esfera aristocrática, lo que repercutió de manera directa en la configuración formal de sus viviendas. Las fronteras entre lo público y lo privado se desdibujaban en numerosas ocasiones, y sus límites dependerán de la relación entre anfitriones y visitantes.
En la casa de atrio y peristilo, la función netamente pública de la vivienda finaliza en el tablinum. A partir de él, se desarrollarán una serie de estancias de carácter más o menos privado. Únicamente los familiares y los amici, es decir, aliados y personas cercanas a la familia, con independencia de su status social, serán los elegidos para disfrutar de estos ámbitos donde el pater familias se muestra de manera más relajada. También serán espacios en los que la presencia de la mujer cobrará una mayor relevancia, aunque siempre bajo la supervisión del domine. Ocasionalmente, la familia también recibirá a huéspedes, que paulatinamente podrán ser incorporados a la lista de amici de la familia.

Comedores, salas de estar, jardines e incluso baños, excedieron su mera funcionalidad para convertirse en espacios representativos de la familia. Ámbitos en los que la cortesía romana tenía muy presente los intereses sociales o políticos que entraban en juego, condicionando el formalismo de cada estancia. La suntuosidad de estos espacios jugaba un equilibrio precario con la contención exigida a la aristocracia romana, aspecto criticado por algunos autores de la época.
EL OECUS
De herencia griega, son estancias con columnas destinadas a la recepción y la reunión. Era habitual que realizara funciones similares a las basílicas, celebrándose asambleas o juicios particulares. Sus amplias dimensiones permitieron que se usara como comedor puntual cuando la familia recibía numerosos invitados.


Tipológicamente, los oecus se identifican como tetrástilo, corintio y egipcio. El primero consta de cuatro columnas dispuestas en cada ángulo de la estancia. El segundo, sin embargo, dispone varias columnas alineadas que sustentan una bóveda rebajada. El último se compone de dos niveles columnados con cubierta a dos aguas y terrazas laterales, presentando una sección muy similar a la basílica romana, y llevando, por lo tanto, la similitud más allá de la simple función.
LA EXEDRA
Al igual que los oecus, el origen etimológico de las exedras es griego. Estas estancias estaban destinadas al reposo y la conversación, haciendo las funciones de lo que en nuestros días podemos entender como salón o sala de estar. De amplias dimensiones, contaban con una esmerada decoración en la que abundaban las pinturas murales destinadas a la contemplación ociosa. Generalmente orientadas al oeste, se abrían a los peristilos para aprovechar la luz vespertina. Lo más probable es que estas exedras fueran destinadas al patrono, mientras que las interiores dieran servicio a la matrona y los hijos.
Con el paso del tiempo, las exedras de la casa de atrio y peristilo se fueron multiplicando para acoger las necesidades recreativas de familiares, amici y huéspedes. Y es que, el número de estancias era un reflejo del poder social y económico de su propietario, lo que suscitaba auténticas rivalidades entre patronos. Esta pugna provocó la promoción de modelos habitacionales cada vez más grandes, con espacios más sofisticados y especializados. Las pinacotecas son un ejemplo de ello. Diseñadas para alojar obras artísticas, estaban asociadas a las élites y ensalzaban el nivel cultural y pecuniario de su propietario. Vitruvio recomendaba que fueran amplias para permitir una adecuada contemplación de las piezas.

EL HORTUS
Los primeros hortus eran pequeños huertos que se añadían en la parte trasera de las viviendas rurales con la finalidad de proporcionar alimento a la familia. Con el paso del tiempo, esta necesidad desaparece y las plantaciones hortícolas son sustituidas por exuberantes jardines cuyo fin es el deleite de los moradores y sus invitados. La inclusión de especies exóticas era reflejo del nivel socioeconómico de la familia, y consecuentemente, de su poder.

El hortus se ubica en la parte trasera de la vivienda, la cual dispone de un pórtico columnado para su disfrute y contemplación. Los laterales del jardín se cerraban con sendos muros medianeros y el cerramiento enfrentado al pórtico se dotaba de una puerta discreta y secundaria con acceso al callejón. Poseer un jardín en el interior de la domus no solo era un indicador del status de su propietario, sino que además, proporcionaba luz y ventilación a las estancias traseras de la vivienda.
EL PERISTILO
El peristilo es la evolución formal y funcional del hortus y resulta de la influencia helénica en el mundo romano. Este modelo de patio porticado en sus cuatro lados se exportará de la península itálica al resto de provincias como una forma arquitectónica asociada a la aristocracia. Proveía de luz y aire a las estancias interiores de la vivienda, a la par que servía de espacio distribuidor. La sofisticación del peristilo conllevó su ocupación para usos muy variados. Fue habitual la instalación de triclinios, para disfrutar de almuerzos y cenas al aire libre, así como la disposición de escenarios para representaciones teatrales o musicales. También fue común la habilitación de espacios destinados al trabajo de las mujeres y el ocio de los niños.

Los peristilos eran ortogonales y simétricos, buscando continuar con la axialidad de la casa de atrio. Este orden era extensivo a las plantaciones del jardín, en el que césped, flores, arbustos, estatuas, albercas y fuentes mostraban una naturaleza domesticada por el hombre gracias a la geometría y la proporción. En ocasiones, bajo el peristilo se construía el criptopórtico, una serie de galerías abovedadas semienterradas. El frescor de estos espacios los convertía en lugares ideales para su uso estival.

Pese a las concomitancias formales existentes entre el atrio y el peristilo, sus diferencias funcionales son evidentes. El primero tiene un carácter más formal con una clara funcionalidad propagandística. El peristilo, en cambio, era un lugar de retiro, en el que la exhibición es más sutil y simbólica. De mayores dimensiones que el atrio, era más suntuoso, luminoso e intimista. Un ámbito en el que la vista, el olfato y el oído disfrutaban de los placeres de la naturaleza tan del gusto romano.
Las pinturas murales y los pavimentos de mosaico fueron los elementos más utilizados en la decoración de los peristilos. En época imperial, no obstante, fue habitual el empleo del mármol para el pavimento, las columnas y los paramentos. El alto precio de este material hizo que su uso se considerase un exceso o lujo innecesario. Pese a ello, su aplicación fue generalizada. Esta censura, sin embargo, no fue extensible a la vegetación, ya que la cultura romana, de gusto naturalista, apreciaba la exhibición de especies exóticas de delicada obtención.

Las fuentes fueron los elementos decorativos preferidos para el peristilo. Lo más habitual era su ubicación en el centro de la zona descubierta, o como edículo en uno de los muros que cerraban el espacio. Las estatuas fueron otro recurso decorativo empleado con frecuencia. Se disponían habitualmente adornando las fuentes, los intercolumnios, los nichos o los parterres.

LOS COMEDORES
Eran los lugares en los que se realizaban los almuerzos y, en especial, las cenas de la familia e invitados. Se podían denominar triclinio o cenatio y sus dimensiones ideales, según Vitruvio, constaban de una anchura igual a dos veces la altura de la estancia. Su ubicación era variable, tendiendo a separarla razonablemente de la cocina, para evitar los malos olores y el aire viciado. Este alejamiento de los fuegos obligó a la instalación de hornos portátiles que permitían mantener caliente la comida durante el desarrollo del banquete.

Como mobiliario se disponía una mesa rodeada por tres lechos en el centro de la sala, en donde comían los comensales tumbados. El lecho de la izquierda era ocupado por el patrono acompañado de la matrona o un hijo, el del fondo estaba destinado al invitado de mayor status y el de la derecha se ocupaba por el resto de comensales. El conjunto se acompañaba por la presencia de otras mesas auxiliares de tamaño más reducido. Una de ellas, acogía el vino que iba a degustarse, y en otra, se instalaban los niños que comían sentados. Con el fin de facilitar la limpieza de estos espacios se emplearon pavimentos negros y porosos que disimulaban los desperdicios arrojados al suelo y absorbían la grasa de forma eficaz.
En los primeros modelos de casa de atrio era común que el tablinum se flanqueara de dos comedores. Con la introducción del peristilo se tenderá a disponer el comedor abierto a este espacio y en eje axial con el acceso a la vivienda. La conexión dela sala de almuerzos con el jardín permitía aprovechar los estímulos de la naturaleza, deleitando a los comensales mientras disfrutaban de las viandas. El hecho de contar con un comedor fijo, no eximió del empleo de otras salas de representación para distintas cenas y almuerzos si la ocasión lo requería.

Conforme la vivienda crecía en dimensiones y complejidad, fue común la implantación de comedores de uso estacional. Cuando el tiempo era más frío se empleaban los triclinios de invierno, orientados al oeste para disfrutar del sol de la tarde. La instalación de hornos, braseros y lámparas estropeaba las pinturas murales de estos comedores, por lo que la decoración tendía a reducirse a zócalos ornamentales en ocre, bermellón o negro. Los lechos se realizaban con maderas nobles y se decoraban mediante piezas de bronce. Para protegerse del frío, se emplearon sistemas que variaban desde la colocación de sencillos cortinajes hasta la instalación de sofisticados sistemas de calefacción mediante hipocausto.

Los triclinios de verano se empleaban cuando el benigno clima permitía disfrutar de almuerzos o cenas al aire libre. Sin embargo, fue más común la presencia de biclinios al exterior, compuestos por una mesa y dos lechos. Ubicados asiduamente en los jardines de los peristilos, se podían proteger mediante pérgolas o distintas coberturas, y se asociaban al agua, enfrentándolos a estanques o fuentes. Los lechos se construían mediante mampostería que se enlucía y pintaba, o se revestía con mármol, garantizando así, la conservación de las piezas.

En cuanto a la decoración, comentar que pese a la prevalencia de la toma de decisiones prácticas que hemos ido mencionando, el lujo no se abandonó, dotando a los comedores de complejos mecanismos que hacían las delicias de los invitados. Así, por ejemplo, se instalaban falsos techos de artesonado con casetones rotatorios que permitían variar el acabado o dejar caer sobre los invitados pétalos u otros objetos que apelaban los sentidos. En esta línea, el súmmum de la opulencia fue la domus áurea de Nerón, donde un comedor de forma circular giraba continuamente representando el mundo en movimiento.
LOS BAÑOS
Las casas acomodadas se dotaron en ocasiones de estancias específicas para la limpieza corporal. Su uso no fue exclusivo de los propietarios de la vivienda, sino que también era frecuentado por los amici. Generalmente su visita se asociaba a una cena posterior y era el primer paso para la socialización. Y es que, al igual que sucedía en las termas públicas, en los baños se charlaba sobre política, economía o temas más vanales. Su uso vespertino hizo que se orientaran preferentemente al oeste, para aprovechar la luz y el calor de la tarde.
El suministro de agua de estas estancias se podía realizar a través de un depósito o cisterna alimentada por la lluvia. Por ello, la cisterna solía instalarse en el tejado de la vivienda, aprovechando así el llenado por gravedad. Además, al igual que las letrinas, se situaron cercanos a las cocinas por razones prácticas de la mecánica de la vivienda. El brasero empleado en tiempos más tempranos para calefactar el espacio evolucionó al sofisticado sistema del hipocausto, donde, una caldera ubicada como norma general en la cocina, suministraba aire caliente que era canalizado por el suelo elevado y las cámaras de aire de los paramentos verticales. Pequeñas rendijas permitían la salida del aire, caldeando así el ambiente de una manera muy eficaz y equilibrada.

Los baños podían contener una piscina de agua caliente, otra de agua templada y una tercera de agua fría, al igual que las termas públicas. También podían contar con salas de vapor y con vestuarios. La posesión de domus dotadas de baños, denotaba una posición económica desahogada, ya que su mantenimiento requería un importante desembolso. Por ello, el baño se consideró un lujo innecesario, y las críticas se recrudecían tanto más dependiendo de los materiales con los que se construía y de la decoración con que se embellecía.
Con este chapuzón en los baños de la casa de atrio y peristilo, cerramos el programa que se ocupa de la zona semiprivada de esta tipología habitacional. En un próximo artículo, nos centraremos en las estancias de carácter más privado, aquellos ámbitos donde solo los familiares y los empleados podían adentrarse.