Tal como en los últimos meses hemos podido comprobar, las pandemias condicionan notablemente el estilo de vida de la sociedad, influyendo en todas sus facetas, incluido el arte. Por ello, os quiero mostrar en qué curioso… un grabado que presenta un médico ejerciendo su profesión durante uno de los brotes de peste en el siglo XVII, y que nos servirá como punto de partida para varias reflexiones.

En la imagen podemos observar a un médico ataviado con la indumentaria específica para atender las epidemias de peste en la Europa del siglo XVII. El atuendo se componía de botas de cuero, pantalones de piel fina atados a las botas por el frente, blusa de piel fina de manga corta y guantes, todo ello de piel de cabra. Sobre estas prendas se colocaba una túnica o manto de tela gruesa encerada que cubría desde los tobillos y muñecas hasta el cuello y cabeza incluidos. Además, se instalaban una máscara que cubría toda la parte frontal de la cabeza y constaba de una nariz en pico de medio pie de longitud con dos agujeros cercanos a las fosas nasales y dos huecos para la visión con lentes de vidrio. La indumentaria se completaba con un sombrero de piel de cabra, y se convirtió en todo un símbolo, siendo hoy en día un disfraz común en el Carnaval de Venecia.
La nariz en pico se rellenaba con paja y sustancias aromáticas como menta, mirra, laúdano, estoraque, ámbar gris, pétalos de rosa, alcanfor, clavo… Así, consideraban que contaban con protección frente a la infección, la cual creían que provenía del “mal aire”, cubriendo toda la piel y protegiendo las mucosas.
En la misma línea de protección se encuentra la herramienta que porta en su mano la figura. Se trata de la vara con la que el médico examinaba al paciente, evitando todo contacto con el mismo. Sobre la punta de la vara se posa un reloj de arena con alas, que viene a simbolizar el inexorable paso del tiempo y la fugacidad de la vida, un tema que fue muy recurrente en este siglo en la pintura, mostrando su cenit en las “vanitas”. Mediante su inclusión el autor pretende no solamente recordarnos la fragilidad de nuestra vida, sino asociar al médico de la peste directamente con la muerte. Y este hecho no es banal, ya que una de las tareas principales de estos médicos de peste era el registro de los muertos por dicha enfermedad.
A los pies del personaje principal, se introduce un paisaje mediante el cual el autor completa la información que desea transmitir. Así, a la izquierda vemos cómo el Doctor Pico va caminando hacia una ciudad que se encuentra a la derecha de la imagen. Unos niños huyen corriendo del personaje, lo que pretende reforzar la idea de muerte asociada a la peste, simbolizada nuevamente en la vara del doctor mediante el reloj alado. La vida en confrontación con la muerte, y nadie mejor que un grupo de infantes para expresar la esperanza vital.
Pero hemos dicho que el doctor se encamina a una ciudad, representada a la derecha, y es que eran los administradores de las ciudades los que contrataban los servicios de estos doctores. Se introduce aquí un elemento fundamental en la relación del arte y la pandemia, y es que las pandemias provocan una revisión edilicia y urbanística con las que mejorar las condiciones higiénicas, sanitarias y ambientales de las ciudades.
Se consideraba que la peste, una enfermedad del aire, se favorecía mediante la mala ventilación y los olores, por lo que desde la coorporación municipal se imponían normas sobre el vertido de los residuos de la ciudad, estableciendo puntos concretos. Así mismo, se imponían condiciones a ciertas actividades como mercados, carnicerías, curtidurías… Pese a las precauciones y medidas hubo ciudades que se vieron abandonadas por la epidemia.
Por otro lado, estos doctores, funcionarios públicos al servicio de la ciudad, no se libraron de la crítica del pueblo motivada en ocasiones por sus extralimitaciones en el ejercicio de su profesión. Así, a ambos lados del Doctor Pico se introduce un poema macarrónico satírico en alemán y latín que dice lo siguiente:
“Usted cree que es una fábula / lo que está escrito del Doctor Pico, / que huye del contagio / y saca de ahí su salario. / Busca cadáveres para subsistir, / como el cuervo en el estercolero. / Ah, créalo, no vaya allí, / pues en Roma reina la peste. / Quién no estaría aterrado / ante su vírgula o vara, / por la que habla, cual si fuera mudo, / e indica lo que hay que hacer. / Como algunos creen, sin duda, / que lo tienta un diablo negro, / la bolsa sería su infierno / y oro, las almas que recolecta”
No quisiera terminar sin realizar algún apunte sobre la técnica empleada para esta representación, y es que el grabado fue la herramienta más empleada en la difusión del conocimiento. La invención en el siglo XV de la imprenta provocó una revolución en la difusión del saber, proliferando todo tipo de manuales y tratados. Pero en muchas ocasiones los documentos escritos necesitaban ir acompañados de ilustraciones que favorecieran la comprensión de los mismos. El grabado se presentó como una de las técnicas más empleadas para dicho fin.
La imagen que nos ocupa es un grabado en plancha de cobre, cuya difusión se produjo en el siglo XV, obteniendo un inmediato éxito. La técnica consiste en transferir una imagen dibujada a una matriz rígida, introduciéndose la tinta en los orificios de esta matriz y dejando blancos los espacios no grabados. A diferencia de la xilografía, en el grabado en cobre el artista participaba activamente, ya que trabajaba el metal jugando con la profundidad de los surcos para crear diferentes efectos que no se pueden ver hasta la estampación. Se usaba el cobre en planchas de uno a dos centímetros por su dureza y maleabilidad y se remataban los bordes para evitar daños en el papel durante la estampación.
Espero que esta lectura sirva al lector para reflexionar sobre pandemia, progreso, ciencia y como no… arte.