Hoy en mirar …, acerco al lector una pintura del florentino Sandro Botticelli, la cual porta a sus espaldas una amplia bibliografía. Trataré de exponer sus características más relevantes contextualizando la obra en su momento histórico, de tal forma que se facilite la lectura de la misma.

El nacimiento de Venus fue pintado por Sandro Botticelli a finales del Quattrocento en Florencia. Si bien se ha considerado que la pintura se realizó por encargo de Lorenzo de Pierfrancesco, de la familia Medici, para su villa Castello, varios estudios han puesto en duda dicho encargo, desconociéndose el comitente de la obra.
Al margen del patronazgo de la misma, lo que sí es seguro es que la pintura se realizó en una de las ciudades-estado más potentes de la península itálica, considerada cuna del Renacimiento. Florencia, se convierte en precursora del humanismo y experimenta un espectacular renacer en las artes, todo ello gracias a su economía y su política. Su desarrollo comercial con Flandes, Inglaterra y Francia permitió enriquecer la ciudad, y su buena estrategia política consiguió afianzar su plaza como ciudad-estado de relevancia.
El humanismo rescató la antigüedad creando un nuevo modelo en el arte validado y aceptado durante siglos. Así, proporcionó un lenguaje que se legitimó en todos los ámbitos de la sociedad, incluso el religioso.
Las repúblicas italianas como Florencia recuperaron el repertorio mitológico de la antigüedad clásica, siendo la pintura que nos ocupa uno de los primeros ejemplos de ello.
La obra representa el episodio del nacimiento de la diosa Venus, diosa del amor y el deseo, equivalente romana de la diosa griega Afrodita. El autor se basa en la Teogonía de Hesíodo para la representación del episodio. Según el poeta griego, Cronos a petición de su madre, castra a su padre Urano, arrojando los genitales al mar, los cuales fueron arrastrados por el piélago durante mucho tiempo. Del miembro inmortal surgió una espuma en medio de la cual nació la diosa Afrodita, ya adulta, que acudió a primeramente a Citera y posteriormente a Chipre, donde tomó tierra, surgiendo flores y hierba allá donde la diosa pisaba.
Así, en el centro de la imagen se puede observar a Venus montada en una concha, llegando a la costa. Estamos por lo tanto ante la llamada Venus anadionema, es decir la representación iconográfica de Afrodita saliendo del mar desnuda, cuyo origen se atribuye a Apeles, pintor de Alejandro Magno y referente para los pintores del Renacimiento asociándolo a la excelencia artística. Este modelo iconográfico muy utilizado en la Antigüedad, se recupera en el Quattrocento con gran éxito.
Presentada la figura principal de la escena que ocupa la parte central, es el momento de analizar cómo Botticelli usa una serie de personajes para completar la escena formalmente y enriquecer el episodio mitológico.
Así, a la izquierda podemos observar a los dioses menores Céfiro y Cloris. Céfiro es uno de los cuatro vientos regulares, concretamente dios del viento del oeste, los cuales se consideraban beneficiosos para la humanidad, aclarando los cielos mediante su furioso empuje. No es de extrañar que su equivalente romano fuera Favonio, cuyo significado es “favorable”. En la pintura vemos como Céfiro impulsa a la diosa montada en la concha mediante un fuerte soplido, la cual en su condición de diosa mayor permanece inmutable ante tal impulso.

Abrazada a Céfiro se representa a su esposa Cloris, Flora para los romanos, diosa de las flores, las cuales vuelan a su alrededor por el impulso de Céfiro. Pero estas flores, no son de cualquier tipo, sino que son precisamente rosas, las cuales simbolizan el amor y la pasión aquello que representa nuestra diosa protagonista.
Pero iremos más allá, si analizamos el pasaje de Hesíodo solamente aparece Céfiro, lo que nos lleva a pensar que la inclusión de Cloris en la imagen puede ser consecuencia del pensamiento neoplatónico del Quattrocento, intentando reforzar la idea de amor, sentimiento que la diosa protagonista representa. Así, vemos en la imagen cómo Cloris también exhala ligeramente aire, ayudando al impulso de su esposo, y cómo Céfiro ayuda a transportar las flores a su esposa, reflejando la idea de unión amorosa.
A la derecha de la imagen, junto a la orilla, se encuentra una de las tres horas griegas, cuya equivalente romana es la estación Primavera. Según el poeta griego Hesiodo, Afrodita fue recibida en la orilla por las horas, las cuales la vistieron y la llevaron al Olimpo junto a los demás dioses.

Pero Botticelli se permite aquí otra licencia respecto al relato, ya que representa en la pintura únicamente a Primavera, la estación cuyos atributos eran las flores. Este hecho se recalca mediante el cinto de rosas que ciñe el vestido de Primavera (nuevamente la flor de Venus) y mediante las flores que adornan tanto su vestido como el manto con el que va a cubrir a la diosa. Además, la estación se adorna su cuello mediante una guirnalda de mirto, planta sagrada de Venus y símbolo del amor eterno.
La pintura se completa con un paisaje de fondo formado por un bosque de naranjos y la visión en la lontananza de la costa recortada por el mar.
Pero si hay un elemento que realmente destaca en este episodio mitológico es la desnudez de la diosa. En el Quattrocento se recupera el modelo clásico grecorromano en búsqueda de la belleza, basada en la armonía y la proporción, modelo que triunfará para toda la Edad Moderna.
El desnudo femenino fue el que más éxito obtuvo, fomentado por el mecenazgo por nobles y ricos comerciante que mostraban de esta forma su posición social privilegiada.
Botticelli nuevamente deja patente el pensamiento neoplatónico al plasmar en la obra justo el momento previo a la cubrición de la diosa. Así constata el mito de Venus como ideal de mujer virtuosa, que al nacer desnuda reacciona tempranamente para cubrirse púdicamente. La asimilación de esta filosofía neoplatónica por la moral cristiana hizo que se aceptase el desnudo como un estado degradado pero aceptable y natural.
Tras haber explicado la representación pictórica desde el punto de vista temático, debemos reseñar la importancia que tiene en esta obra el dibujo. Sin entrar en el debate ya vigente en aquella época entre la importancia del dibujo frente al color, vemos que la escuela florentina se caracterizó por otorgar un gran protagonismo al dibujo, considerándolo el eje de la obra pictórica, ya que era el medio para proyectar las tres dimensiones y el vehículo de la invención del artista. Para los florentinos el dibujo marcaba las figuras, definía la relación entre ellas, y relataba la historia; sin embargo, el color intensificaba la ilusión generando volúmenes, luces y sombras.
En los detalles de la pintura vemos claramente cómo las líneas del contorno del dibujo quedan claramente definidas a las que las gradaciones y claroscuros de color dan vida.
Espero que el lector haya disfrutado “mirando” esta obra pictórica que recuperó un modelo tradicional grecorromano e influyó notablemente en obras posteriores.