El arreglo personal y el vestido además de satisfacer el gusto estético, responden a criterios, cánones e imposiciones que van variando dependiendo de la época. El peinado de la mujer romana no quedó exento de ello, reflejando en las artes plásticas la ansiada belleza ideal. En este artículo de qué curioso… vamos a ver cómo las damas imperiales, ejemplo de estilo de vida culto y refinado, difundieron a través de la retratística, diferentes modas y tendencias en el arreglo del cabello.

LA DAMA IMPERIAL COMO CREADORA DE MODAS Y TENDENCIAS
Como norma general, la moda del peinado durante el Imperio queda impuesto por la familia imperial. Sus peinados serán imitados escrupulosamente por el colectivo femenino romano, aunque el nivel socioeconómico de la mujer marcará diferencias entre unos tocados y otros. Todo ello se reflejó en la retratística, que a nuestros días ha llegado fundamentalmente de la mano de la estatutaria y la numismática. Ésta última sirvió para llevar las últimas tendencias a todos los rincones del imperio, facilitando a la mujer romana de provincia la réplica del peinado imperante en Roma.
El arreglo del cabello era un claro indicativo de los roles impuestos, definiendo la edad, el estado social, económico o religioso. No extraña por ello, que el tocado imperial fuera la imagen a seguir, ya que su adopción era signo de distinción. Y si existe un tipo de tocado romano en el imaginario colectivo, éste es sin duda el recogido. Según las fuentes literarias clásicas, la mujer romana no debía mostrar en público sus cabellos sueltos, estando reservado este tipo de peinado para un ámbito privado e íntimo o para las muestras de dolor por el duelo. Por ello, no existe ningún retrato oficial que muestre el cabello de esta forma, exceptuando la representación de alguna doncella núbil o la imagen, como no podía ser de otra forma, de la diosa Venus, en episodios íntimos como el del baño y el acicale.

No obstante, debemos tener en cuenta que el peinado imperial no representa la realidad del día a día romano, sino complicados y elaborados tocados que hacían ostentación del rango social de su portadora. Para la elaboración de estos lujosos arreglos era necesaria de la presencia de una “ornatrix”, o peluquera en plantilla de la casa, que apoyada por varias ayudantes, trabajaba durante horas para conseguir un resultado perfecto. Pero en realidad, la mayor parte de las mujeres romanas no se podían permitir contratar una “ornatrix”, por lo que debían acudir a las “tonstrix”, peluqueras que atendían a varias clientas o arreglarse ellas mismas el cabello en casa. Las ornatrix empleaban mucho tiempo y esfuerzo en elaborar peinados, en ocasiones, complicadísimos que se podían decorar mediante cintas, diademas, velos, coronas, peinetas, plumas, gemas, redecillas… Todo ello con el fin de distinguir a su domina. En contraposición a todos estos adornos lujosos que habitualmente eran empleados para días especiales, la mujer romana utilizó habitualmente el velo o manto, remarcando su respetabilidad.

EL ANTECEDENTE DE LA REPÚBLICA Y LA DINASTÍA JULIO-CLAUDIA
Durante la República el tocado femenino era discreto y sencillo. Sin duda, como reflejo del ideal de matrona que imperaba en el momento. Las damas romanas se peinaban con gran sencillez, separando sus cabellos con una raya central y recogiéndolos en un moño bajo junto a la nuca. Este tipo de peinado se empleó hasta finales del Imperio, con pequeños paréntesis y variaciones que correspondían a las modas del momento.

A finales de la República, el lujo se convirtió en una condición pretendida por la clase alta, fomentado sin duda por la expansión comercial de Roma. Nuevos arreglos iban a complementar el uso del peinado con raya central. El denominado “nodus” era una forma de arreglo puramente itálico en el que el pelo se recogía en un moño bajo enrollando mechones laterales y dejando un tupé central. Por otro lado, el “krobylos” helenístico, peinado que recoge los cabellos anudándolos en la parte alta de la cabeza, fue revisado y adaptado a la moda romana. También de herencia helenística se empleó un arreglo que consistía en recoger el pelo en un moño trenzado sobre la nuca retorciendo mechones que dejan en la cabeza dibujados pequeños “surcos”.

Durante el gobierno de Tiberio, Agripina la Mayor sustituyó el moño por una gruesa coleta conformada por trenzas. Dos mechones de cabello quedaban fuera de la coleta y caían en forma de tirabuzón sobre los hombros. Este tipo de peinado se convirtió en el oficial para las damas imperiales dejando pequeños ricitos en la zona de la frente respondiendo a una clara influencia egipcia.

La mujer romana aumentó el tiempo diario dedicado al arreglo personal, cuya inversión ecónomica era a su vez, cada vez mayor, fomentando la distinción social entre unas damas y otras. Además, la llegada a Roma de numerosas cautivas, procedentes del norte de Europa, que lucían cabellos rubios o dorados, fomentó el gusto por teñir el cabello en estas tonalidades. El tinte para tapar las canas o como elemento decorativo fue muy común; negros, rubios, rojos, azules y violetas eran empleados asiduamente. Sin embargo, ninguna mujer digna utilizaría el color anaranjado, pues era el empleado por las meretrices. Lamentablemente, la pérdida de la rica policromía de las estatuas romanas nos ha privado de la visión del color de los cabellos.
Durante el Gobierno de Nerón, Octavia y Popea fueron las encargadas de marcar las tendencias del peinado. Aunque los cabellos se recogen en la parte trasera sin variación, la parte frontal del peinado presenta una importante novedad. Así, una orla de cabellos cortos rizados enmarcaba el rostro a modo de corona. Para rizar el pelo, se emplearon hierros candentes, pinzas para moldear y tenacillas. El abuso de estos instrumentos, y el empleo de tintes, castigaron duramente los cabellos, provocando en ocasiones su irreversible pérdida y el consecuente empleo de pelucas y postizos que generaron un rentable mercado. El poder adquisitivo de la dama marcará las diferencias debido a los altísimos precios de algunas pelucas y postizos. Ovidio fue uno de los primeros en denunciar el exceso en el arreglo del cabello femenino. Así, en el “Arte de amar”, se lamentaba del maltrato que la mujer romana hacía de su cabello, e instaba a su amada a dejar de rizarlo, sujetándolo mejor con simples horquillas y mostrando la belleza natural del mismo.

LA EVOLUCIÓN Y REVISIÓN DEL PEINADO DURANTE LAS DINASTÍAS FLAVIA, TRAJANA Y ADRIANA.
Este gusto por el rizo llega al clímax durante la dinastía Flavia, cuando la corona frontal va aumentando en volumen y altura, al punto de ser necesario la introducción de postizos de rizos y elementos auxiliares que sujetaran el peso del tocado. Pero no solamente los postizos eran necesarios, sino que las ornatrix se ayudaban del empleo de huevo o goma arábiga mezclados con agua para fijar el cabello. Tras esa gran corona de rizos los cabellos se enroscaban y se recogían en un moño trasero. A este tocado se le llamó “a la Julia de Tito” en honor de su impulsora. Este tipo de peinado tan elaborado requería mucho esfuerzo y tiempo para su elaboración, convirtiéndose en verdaderas obras de arte que provocaban la admiración de aquellos que lo contemplaban.

En la línea del pensamiento de Ovidio, no pocas fueron las manifestaciones contrarias al exceso y la extravagancia en el peinado de la dama romana, instando a un retorno a la simplicidad de los orígenes republicanos. A comienzos del siglo II, durante el gobierno del emperador Trajano, se evidenciaron dos tendencias diametralmente opuestas. Por un lado, se impone una tendencia a recuperar la modestia primigenia, recogiéndose el pelo en un discreto moño en la parte trasera de la nuca y peinándolo con una raya central o retorciendo mechones en secciones. Sin embargo, damas imperiales como Plotina y Marciana también seguirán la tendencia Flavia de lucir complicados y elaboradísimos tocados. La orla frontal de rizos evoluciona y se enfatiza, llegando a utilizar dobles o triples diademas de rizos postizos que se ataban con una cinta recubierta de cabellos. Esta cinta además de adornar la parte superior de la frente servía para tapar la unión del postizo con el cabello natural. Tras esta parte frontal, los cabellos se recogían en trenzas que se enroscaban, a modo de turbante en la coronilla.

Por otro lado, a finales del gobierno de Trajano comenzó a realizarse un peinado que fusionaba las características del recogido en coleta de época de Nerón con los elevados frontales de moda. Este peinado tendrá continuidad durante el imperio de Adriano, a la vez que se mantiene la tendencia de búsqueda de simplicidad iniciada a comienzos del siglo II. La principal novedad aportada se encuentra en el ámbito del modesto peinado, donde se hace una revisión del recogido con raya central, al que se le adapta el recogido en forma de turbante lucido durante el gobierno de Trajano. Se puede decir que es una evolución natural hacia el recato, ya que se abandona la extravagancia de la parte central.

DE LA DINASTÍA ANTONINA AL FINAL DEL IMPERIO. EL RETORNO A LA MODESTIA
La ostentación en el peinado imperial iba a ser abandonada durante la época Antonina y Severa, cuando los tocados de rizos desaparecen en favor de moños de corte más clásico. Sin embargo, las damas de estas cortes imperiales como no se quedarán sin aportar novedades, ya que introdujeron una variante aplastando el peinado de modelos ya preexistentes. Dentro de esta variante destaca aquella denominada “tortuga”, en la que los cabellos ondulados se peinan con raya central y se recogen en un moño, dejando los laterales colgando y cubriendo las orejas. Este peinado irá evolucionando sin alterar la simplicidad, recogiéndose los laterales hasta que las orejas sean visibles.

Es destacable además, como los retratos de Julia Domna nos ratifican el empleo de la peluca por la mujer romana. Pese a que la peluca se empleó tempranamente, es a partir del siglo II y hasta mediados del siglo III cuando su uso se hizo más extensible, para facilitar la exhibición de un complejo tocado. Este gusto afectó al retrato en busto escultórico, donde la cabellera puede estar esculpida independientemente de la cabeza, de tal forma que podía ser sustituida por otro tocado más a la moda.
La instauración del cristianismo como religión oficial del imperio no iba a cambiar las cosas. Los representantes eclesiásticos instaron a la domina romana al recato y el decoro, criticando duramente el coloreado del cabello imitando a las mujeres bárbaras y recomendando el empleo de un peinado austero, en el que los cabellos luzcan de manera natural. Por lo tanto, la sencillez va a acompañar al cabello femenino hasta la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476.
