Josef Albers es una de las figuras fundamentales del panorama artístico del siglo XX. Destacó por el estudio y análisis del color, así como por su labor pedagógica, la cual se centró en potenciar la creatividad del alumno. Todo ello se reflejó en su obra de madurez, en la que la serie “Homenaje al cuadrado” destaca con brillo propio. En este artículo de mirar… vamos a acercarnos a esa famosa serie de pinturas, analizando el contexto que la hizo posible y su proceso ejecutivo.
ALBERS, COLOR Y ECONOMÍA EN LA FORMA
La dilatada carrera de Albers como artista no se reduce al ámbito pictórico. El alemán fue un fantástico diseñador, tipógrafo, poeta… un artista polifacético que trasladó el arte a todos los aspectos de su vida. No obstante, es por su pintura por lo que más se le recuerda.
La obra pictórica de Albers se caracterizó por la economía de la forma y la experimentación en el color. La practicidad del artista, quizás como herencia del pasado artesanal de su familia, lo encaminó a optimizar la relación entre esfuerzo empleado y resultado. Este aspecto está presente en toda acción creativa de Albers, desde sus textos hasta su pintura. Él mismo afirmó en repetidas ocasiones que uno de sus objetivos era la consecución del máximo efecto, empleando los medios mínimos. Y sin duda, no podemos negar que lo consiguió con creces en su serie “Homenaje al cuadrado”. Con medios mínimos, pintura, espátula y tabla consigue el máximo efecto, unas obras de gran potencia por la expresividad del color.

Y es que el color fue el protagonista constante de la vida artística de Albers, el cual estudió y analizó hasta llegar a su perfecta maduración en la serie de los homenajes. Durante 26 años experimentó en la relación de los colores y analizó el comportamiento de cada color según las condiciones en las que se lo observe. La interacción de los colores ocupó una parte fundamental de su labor pictórica, creando obras que se han convertido en verdaderos iconos de la pintura.
LA IMPORTANCIA DE SU LABOR PEDAGÓGICA
Pero, la carrera de Josef Albers como pintor fue paralela a su labor pedagógica, compatibilizando a lo largo de su vida su formación en magisterio y artes. Siendo aún estudiante de la Bauhaus aceptó un puesto de enseñanza en el taller de vidrio. Desde entonces no dejó la docencia participando en la Bauhaus, en el Black Mountain College de Carolina del Norte y en la Yale University, entre otros.

De toda esta experiencia pedagógica nació “Interaction of color” un manual de referencia obligada en el estudio del color publicado por la Universidad de Yale en 1963, en el que reúne algunas prácticas llevadas a cabo con sus alumnos del curso de color. Albers proponía una serie de ejercicios, realizados con cartulinas o papeles, en los que el aprendizaje se lograba a través de la experiencia del color, y no de reglas o teorías. Mediante diversas prácticas, el artista demostraba que un mismo color puede presentar características muy diferentes según las condiciones en las que se presente. Al variar la transparencia, la temperatura de color, la saturación u otros aspectos, el color se puede transformar en otro bien diferente. Para Albers no existe ningún color feo, pudiendo potenciar sus virtudes intrínsecas si se le acompaña de los colores adecuados.

Se puede decir que Josef Albers fue un auténtico ilusionista del color.
Tras sus estudios y análisis concluyó que dos colores muy diferentes pueden parecer iguales, que dos colores juntos pueden parecer tres y que tres colores juntos pueden parecer dos. Tal como afirmó en repetidas ocasiones, en pintura 1+1 no siempre es dos. Todo ello es posible porque los colores se influyen y se alteran entre sí, a la vez que es variable su color intrínseco por efecto de la luz y la disposición.
Con todo ello, es innegable que la formación pedagógica previa del artista influyó notablemente en su forma de entender el arte y en la forma de transmitirlo tanto al alumno como al espectador.
LA EXPERIMENTACIÓN HECHA OBRA
Desde 1950 hasta 1976, Albers creó más de dos mil obras para la serie “Homenaje al cuadrado” mediante un metódico y lento proceso ejecutivo en el que todas las decisiones estaban ya tomadas antes de comenzar a pintar. Fue igual de meticuloso registrando las técnicas y materiales que empleaba, lo que ha ayudado notablemente en la investigación y comprensión de su obra. Mediante sus anotaciones podemos establecer sus preferencias en el color, marcas, bases, barnices y aditivos ocasionales.

BOCETOS PREVIOS
Albers comenzaba el proceso realizando una serie de pruebas en papel secante para encontrar la integración idónea entre colores. El papel secante suave y grueso absorbía rápidamente el óleo y secaba en cuestión de minutos. El cuadrado central y sus marcos eran recortados para poder crear diferentes combinaciones y distintas propuestas.
ELECCIÓN DEL SOPORTE E IMPRIMACIÓN
El soporte seleccionado en casi la totalidad de las obras de esta serie fue la masonita, un tablero de fibras compuesto de virutas de madera mojada prensadas a gran presión sobre una fina malla. Solamente a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, el artista empleó como soporte paneles de aluminio con una base de textura similar al lienzo. El proceso de fabricación de la masonita generaba una cara lisa y suave y otra en relieve marcando la cuadrícula de la malla. Para los primeros “Homenajes al cuadrado”, Albers empleó indistintivamente el lado liso y el rugoso del panel, pero tempranamente se decantó por el lado rugoso ya que se prestaba a un mejor agarre de la pintura.
Albers fue muy selectivo con el soporte empleado, llegando a pagar a los fabricantes más dinero para que le proporcionaran paneles de una tonalidad más clara o patrones singulares de cuadrícula. Las dimensiones preferidas del artista para sus Homenajes al cuadrado variaban desde los 40,60 cm hasta los 121,90 cm. de lado.

En cuanto a la imprimación, el artista empleó casi con exclusividad una base de color blanco, evitando que los colores de la pintura se oscureciesen y manteniendo su luminosidad, requisito vital en la pintura de Albers. Durante los años que el artista realizó la serie “Homenaje al cuadrado” empleó como base pinturas domésticas de interiores que aplicó hasta en ocho finas capas, dejando secar adecuadamente cada capa antes de aplicar la siguiente. Posteriormente, lijaba suavemente eliminando los excesos de pintura generando una superficie lisa y brillante.
PINTADO
Antes de comenzar a pintar, Albers dibujaba a mano alzada las líneas divisorias de los cuadrados sobre la base de imprimación blanca. Para ello empleaba un fino lápiz de grafito duro o un lápiz de color plata. Tras ello, comenzaba a pintar aplicando los distintos colores directamente desde el tubo mediante la espátula. Primeramente pintaba el cuadrado central, plasmando las enseñanzas que le transmitió su padre, el cual afirmaba que para pintar correctamente una puerta se debe comenzar por el centro para ir extendiéndose a los márgenes y controlar así el goteo. Cuando terminaba el cuadrado central dejaba secar la pintura, tras lo cual procedía a pintar el primer margen. Así, continuaba de dentro hacia fuera hasta terminar la obra.

Las áreas en las que se dividen los cuadrados no son proporcionales permitiendo de esta forma una mayor exploración en la interacción de los diversos colores que componen la obra. Todos las composiciones se basaban en el esquema de una cuadrícula de diez por diez unidades para generar cuatro modelos diferentes: diseño de cuatro cuadrados, diseño de tres cuadrados con un primer margen estrecho, diseño de tres cuadrados con un primer margen ancho y diseño de tres cuadrados con un gran cuadrado central.
Con respecto a los pigmentos, es importante señalar que para el artista era importante mantener la naturaleza propia de los mismos. Por ello, frente a la habitual postura del pintor de seleccionar todos los colores de su fabricante preferido, Albers no se casó con ninguno en particular. Usó pintura de más de cincuenta marcas ya que prefería usar la pintura directamente del tubo y el mismo color podía variar notablemente de un fabricante a otro. Lo único importante era el color. Generalmente empleó pintura al óleo, a la caseína o acrílica.

Con estos medios mínimos, Josef Albers generó una pintura de gran expresividad plástica con el color como gran protagonista. La serie “Homenaje al cuadrado” sin duda se convirtió en la obra más icónica del artista, sintetizando toda su experiencia artística de manera soberbia.