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LA FRAGUA DE VULCANO. UNA OBRA MITOLÓGICA DE DIEGO VELÁZQUEZ

14/08/2020 Por Sara Resa

Mediante este artículo, en mirar…, nos acercaremos a una de las obras maestras del pintor sevillano Diego Rodríguez de Silva Velázquez, La fragua de Vulcano. Veremos la importancia que tuvo su viaje a Italia para la germinación de esta obra, así como para la evolución de su pintura. Así mismo, analizaremos la originalidad de esta obra mitológica con respecto al tratamiento de la temática, hecho que cobra más importancia si cabe, debido a la escasez de ejemplos mitológicos que el pintor realizó a lo largo de su carrera. Con todo ello, estudiaremos la obra resultante que se encuentra actualmente en el Museo del Prado, en Madrid.

LA FRAGUA DE VULCANO. VELÁZQUEZ
La fragua de Vulcano. Diego Rodríguez de Silva Velázquez. 1630. Óleo sobre lienzo. 223 cm. x 290cm. Museo del Prado. Foto crédito: Museo del Prado.

EL VIAJE A ITALIA

Velázquez, tras abandonar su Sevilla natal se incorporó como pintor a la corte de Felipe IV en la década de los veinte. Allí pudo estudiar toda la colección real española, bebiendo y asimilando su contenido, destacando la influencia que ejerció la obra de Tiziano en su estilo.

Tras casi una década de estancia en la corte, y tras la visita por motivos diplomáticos de Rubens, Velázquez ve la necesidad de realizar un viaje a Italia, seguramente influido por el consejo del pintor flamenco.

Entre 1629 y 1630, Velázquez realizó el viaje que supuso un giro decisivo en su carrera, transformando su estilo de forma radical. Desde el siglo XV era común que los artistas de toda Europa se embarcasen en un viaje al considerado centro de la pintura europea, con el fin de mejorar y perfeccionar su técnica. La condición de Velázquez como pintor del rey de España y su prestigio, le permitió acceso a lugares y colecciones inalcanzables para otros artistas.

Francisco Pacheco, su suegro, generó un documento sobre el viaje del sevillano que da información sobre los lugares que visitó y las compañías de las que disfrutó, pero lamentablemente no existen menciones sobre otros artistas con los que pudo relacionarse, ello quizás debido a la discreción de Pacheco.

La repercusión del viaje a Italia de Velázquez se observó de manera inmediata en dos obras realizadas durante el viaje: La fragua de Vulcano y La Túnica de José. Ambas obras suponen un claro acercamiento al género histórico italiano.

LA TEMÁTICA DE LA OBRA

La fragua de Vulcano representa una escena de la mitología griega. Esta temática no fue abordada frecuentemente por el pintor a lo largo de su carrera. Sin embargo, la calidad de las obras mitológicas de Velázquez es indiscutible, lo que refuerza el valor de esta obra. Además, el pintor sevillano destacó por su originalidad en la representación de la historia, lo que hacía de sus episodios mitológicos únicos.

En la temática mitológica el pintor pudo explorar los aspectos conceptuales y expresivos sin atenerse a los códigos más rígidos del retrato, siendo la obra que nos ocupa es un claro ejemplo de ello.

Pero si además, añadimos el hecho de que la obra se pintara sin encargo, por elección propia, obtenemos el impulso final para la obtención de una obra de plena libertad creativa, en la que Velázquez hizo a su gusto aquello que mejor sabía hacer: pintar.

EL EPISODIO MITOLÓGICO

Velázquez se basó en el relato de la Metamorfosis de Ovidio para la representación de la escena. Según dicho relato, Apolo acudió a la forja de Vulcano para informarle de que su esposa Venus le estaba siendo infiel con Marte.

Pero para adentrarnos en el episodio, debemos primeramente presentar la figura del dios herrero. Vulcano, dios olímpico hijo de Zeus y Hera, durante una discusión entre ambos, favoreció a su madre, por lo que fue agarrado de una pierna por su padre y arrojado del Olimpo a la isla de Lemmos, quedando cojo para siempre.

Según otra tradición, su cojera y deformidad era de nacimiento y fue su madre la que expulsó al hijo cojo del Olimpo al Océano, al avergonzarse de él. Eurínome y Tetis lo cuidaron e instalaron una fragua para él.

Al margen de las tradiciones sobre el origen de Vulcano, todas ellas coinciden en su aspecto poco agraciado y deforme, pese al cual se casó y obtuvo los favores de la diosa del amor y la belleza. No obstante, el dios sufrió las infidelidades de la bella Venus, siendo las mismas una importante fuente de inspiración para los artistas.

El episodio de Vulcano preferido por los artistas del siglo XVII fue la representación de la infidelidad de Venus frente a un airado y celoso Vulcano en búsqueda del amante. Este episodio se representó de manera dramática, e incluso en algunas ocasiones cómica tal como realizó Tintoretto en su Venus, Vulcano y Marte.

Sin embargo, Velázquez no escoge ese momento de la historia, sino el momento en el que Vulcano se entera de la infidelidad de boca de Apolo Helios, desplegando todo un abanico de expresiones gestuales que contextualizan por completo la acción. El maestro sevillano consigue explorar la psicología de la escena de manera sobresaliente, de forma que espectador empatiza con el afrentado Vulcano y sus ayudantes.

LA OBRA RESULTANTE

Expuesto el aspecto narrativo de la obra, señalaremos algunas variaciones introducidas por Velázquez que afectaron al resultado final de la misma. Así, mientras que Ovidio en su relato no menciona a los cíclopes, los ayudantes de Vulcano, Velázquez los introduce en la escena enriqueciéndola notablemente en los aspectos expresivos y compositivos. Realiza un despliegue gestual sobresaliente, en el que cada personaje expresa su emoción a través del rostro y la postura.

APOLO Y VULCANO. LA FRAGUA DE VULCANO
Detalle de Apolo Helios y Vulcano. La fragua de Vulcano. Diego Rodríguez de Silva Velázquez. 1630. Óleo sobre lienzo. 223 cm. x 290cm. Museo del Prado. Foto crédito: Museo del Prado.

Apolo en su forma Helios, radiante y en todo su esplendor, mantiene una postura digna y erguida mientras da las funestas noticias a Vulcano. El dios herrero a su vez, congela su postura y no puede evitar mostrar un pequeño atisbo de ira en su gesto sorprendido.

CÍCLOPES. LA FRAGUA DE VULCANO
Detalle de los cíclopes. La fragua de Vulcano. Diego Rodríguez de Silva Velázquez. 1630. Óleo sobre lienzo. 223 cm. x 290cm. Museo del Prado. Foto crédito: Museo del Prado.

A su vez, los cíclopes, humanizados por Velázquez, sin apenas abandonar la acción que les ocupaba en la fragua, dirigen la mirada al portador de tan sorprendentes noticias. Así, uno de los cíclopes que porta una maza mira sereno, mientras su compañero no puede reprimir la expresión de sorpresa. Sin embargo, parece que el compañero que trabaja sobre la armadura prefiere disimular su sorpresa mirando de soslayo sin dejar el trabajo que tiene entre manos.

La expresión de la escena se potencia gracias a la originalidad y genialidad de Velázquez, el cual transforma el mito en una escena de la vida cotidiana. Con ello, el pintor consigue que el episodio mitológico se haga más humano, cercano y comprensible para el espectador. La oscuridad de la estancia, las herramientas prestas para ser empleadas, los objetos en desarrollo… todo crea un ambiente cotidiano que se aleja de la perfección de la que suelen hacer gala los episodios mitológicos. Solamente Apolo Helios, muestra la perfección, pareciendo fuera de lugar en la escena.

HERRAMIENTAS DE LA FRAGUA DE VULCANO
Detalle de las herramientas. La fragua de Vulcano. Diego Rodríguez de Silva Velázquez. 1630. Óleo sobre lienzo. 223 cm. x 290cm. Museo del Prado. Foto crédito: Museo del Prado.

Por último, destacaremos la evolución de la técnica de Velázquez en esta obra. La pincelada se vuelve más ligera, al igual que la imprimación. Por ello al aplicar el empaste para los toques de luz, el juego entre luces y sombras se hace deslumbrante. También destacaremos el modelado de las figuras desnudas, en las que la anatomía está perfectamente controlada.

Tanto la técnica, como el estilo, la originalidad en la temática y la maestría en la composición hacen de este cuadro una de las obras maestras de la historia de la pintura universal. Velázquez vendió la obra en 1634 a Felipe IV para la decoración del Palacio del Buen Retiro. En 1819 la obra ingresa en la colección del Museo Del Prado, donde puede admirarse actualmente.

Publicado en: Mirar...

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