El profeta Ezequiel gozó de visiones simbólicas y proféticas que tuvieron importante repercusión en las artes plásticas y ayudaron a configurar iconografías muy extendidas en el arte cristiano. En qué curioso… vamos a analizar la primera visión del profeta, la iconografía que generó y la relación entre esta visión y los evangelistas.
LA VISIÓN DE EZEQUIEL
Ezequiel, proveniente de un linaje sacerdotal, es uno de los profetas mayores del Antiguo Testamento. Nació en el año 623 a.C., momento en el que el reino de Judá dependía del Imperio Asirio.

Tras la caída del imperio a manos de los egipcios, el reino de Judá se anexionó a los dominios del faraón Nekao. Pero posteriormente, Nabuconodosor, rey de Babilionia venció a Nekao en el año 605 a.C., pasando Judá a dominio de los babilonios.
Unos años después, aproximadamente 10.000 judíos fueron deportados a Babilonia para trabajar la tierra, entre los se encontraba el futuro profeta. Fue entonces, estando cautivo en Babilonia, cuando Yavhé se le apareció mediante visiones proféticas que le acompañaron hasta su muerte. Sus profecías y revelaciones se recogieron en el Libro de Ezequiel, el cual se compone de 48 capítulos y tres partes fundamentales: las profecías contra Judá y Jerusalén, las profecías contra las naciones extranjeras y las profecías de esperanza y salvación.
Al comienzo del Libro, el profeta relata la “Visión del trono De Dios”, en el que se le presentó la gloria del Señor entronizado. Así, el profeta describe una gran nube de la que salía un fuego y en el centro de dicho resplandor había algo parecido a cuatro seres con aspecto humano:
“6 Cada uno de ellos tenía cuatro caras y cuatro alas; 7 sus piernas eran rectas, con pezuñas como de becerro, y brillaban como bronce muy pulido. 8-9 Además de sus cuatro caras y sus cuatro alas, estos seres tenían manos de hombre en sus cuatro costados, debajo de sus alas. Las alas se tocaban unas con otras. Al andar, no se volvían, sino que caminaban de frente. 10 Las caras de los cuatro seres tenían este aspecto: por delante, su cara era la de un hombre; a la derecha, la de un león; a la izquierda, la de un toro; y por detrás, la de un águila.”
Posteriormente continúa:
“15 Miré a aquellos seres y vi que en el suelo, al lado de cada uno de ellos, había una rueda. 16 Las cuatro ruedas eran iguales y, por la manera en que estaban hechas, brillaban como el topacio. Parecía como si dentro de cada rueda hubiera otra rueda. 17 Podían avanzar en cualquiera de las cuatro direcciones, sin tener que volverse. 18 Vi que las cuatro ruedas tenían sus aros, y que en su derredor estaban llenas de reflejos.”
El texto sirvió para generar toda una iconografía descriptiva de la visión. Los manuscritos iluminados medievales y las posteriores ilustraciones grabadas de la Edad Moderna reflejaron el episodio con mayor o menor fidelidad al texto del profeta.

Fue muy común representar a Ezequiel arrodillado o durmiendo, mientras aparece la Gloria de Yavhé. Dios es acompañado de los vivientes, que suelen ser interpretados de diferentes formas. Junto a los seres aparecen las ruedas compuestas de varios aros y llenas de resplandores. Además, es común que una mano asome de la nube portando un manuscrito, simbolizando las revelaciones de Dios y legitimando las profecías del profeta. Igualmente, durante la Edad Moderna el episodio es aprovechado por artistas visionarios que utilizan el episodio bíblico para generar obras de gran expresividad cargadas de un rico simbolismo.

Pero la visión del profeta sirvió no solamente para generar una iconografía propia como acabamos de ver, sino que definió el Tetramorfo, es decir, el conjunto de seres ubicados alrededor del trono De Dios que son normalmente asimilados a los cuatro evangelistas y que toman la forma de hombre alado (San Mateo), león (San Marcos), águila (San Juan) y buey (San Lucas).

ASIMILACIÓN DE LA VISIÓN A LOS EVANGELISTAS
La iconografía de los evangelistas se fue configurando desde tiempos muy tempranos dentro del arte paleocristiano. Se les representó en su faceta escritora o como los cuatro ríos del Paraíso, pero sin duda la iconografía que tuvo más éxito fue aquella que asimilaba los vivientes de la visión del Profeta Ezequiel con los cuatro evangelistas. Trataremos a continuación de explicar cómo se conformó dicha asimilación.
La visión del Profeta Ezequiel inspiró la segunda teofanía del Apocalipsis de San Juan, el cual en su visión contempló a la divinidad entronizada acompañada de veinticuatro ancianos y de cuatro seres descritos en el capítulo 4 de la siguiente manera:
“6 Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás. 7 El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando. 8 Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir.”
El texto del Apocalipsis no hacía otra cosa que confirmar la visión del profeta del siglo VI a.C., acabando de prefigurar la iconografía de los evangelistas más extendida, el Tetramorfos. Además, aportó elementos muy característicos a su iconografía como son las seis alas y los múltiples ojos, tal como vemos en la siguiente imagen.

Pero fueron sin duda, los Padres de la Iglesia San Irineo y San Jerónimo, los que impulsaron la asimilación de los evangelistas con los vivientes de la visión de Ezequiel, terminando de configurar la interpretación del Tetramorfos que posteriormente se trasladó a las artes plásticas. San Ireneo, discípulo de Policarpo, quien a su vez fue discípulo de San Juan Apóstol, relacionó directamente los vivientes de la visión del profeta con los evangelistas en su obra “Contra los herejes” del siglo II d.C. Posteriormente, en el siglo IV, San Jerónimo argumentó en su texto “Comentario a Ezequiel” la relación que existía entre los vivientes y los evangelistas basándose en los propios Evangelios. Así, a San Mateo le asoció el hombre, ya que su evangelio se inicia con la genealogía humana de Cristo; a San Marcos le asoció el león , porque inicia con “la voz que clama en el desierto” de Juan Bautista y el león es un animal de desierto; a San Lucas le asoció el toro, ya que es un animal sacrificial y comienza su relato con un sacrificio; y a San Juan le asoció el águila ya que su texto se eleva sobre el resto debido a su carácter abstracto. La asimilación ya estaba hecha, y el Tetramorfos estaba completamente configurado.

En la imagen podemos ver la representación de la Gran Teofanía, síntesis de los capítulos IV y V del Apocalipsis y de la visión de Ezequiel. El cordero, símbolo de Cristo, se encuentra en el centro de la imagen y está flanqueado en los cuatro puntos cardinales por los cuatro evangelistas simbolizados mediante el Tetramorfos. Los evangelistas representados con cuerpo de hombre y cabeza de símbolo, portan en la mano un libro y se apoyan sobre una rueda, herencia del texto de Ezequiel. A su vez, las alas están repletas de ojos, herencia del texto apocalíptico. Este pergamino miniado es un perfecto ejemplo de la aplicación a las artes de la interpretación por parte de los Padres de la Iglesia de los textos bíblicos.
EVOLUCIÓN Y MODELOS ICONOGRAFICOS
El origen de la iconografía del Tetramorfos es muy temprana y consecuente de la asimilación de las interpretaciones de los Padres de la Iglesia. Como norma general, el Tetramorfos suele acompañar a Dios como Maiestas Domini, el cual se ubica en el centro de la escena, rodeándose de los cuatro evangelistas. Éstos, habitualmente ocupan las esquinas del espacio de la representación, ubicándose San Marcos (león) y San Lucas (buey) en la parte baja, y San Mateo (hombre) y San Juan (águila) en la parte alta.
El tratamiento iconográfico del Tetramorfos se mantuvo bastante invariable a lo largo de las distintas épocas, proporcionando básicamente cuatro modelos fundamentales. Estos modelos se distinguen por el tratamiento que se hace del símbolo, siendo el más común aquel en el que se representa el símbolo aisladamente. En esta tipología el hombre, el toro, el león y el águila, generalmente alados y sin ojos, están asociados a la figura de Cristo o Dios, situándose en torno a ella.

Otro modelo sería el que presenta cierta duplicidad en el Tetramorfos, ya que aparece representado tanto el evangelista como su símbolo. En este caso es muy común que el evangelista figure como escribiente y su símbolo le acompañe a los pies de la imagen.

El tercer modelo se ocupa de la representación del tetramorfos de manera mixta. La figura se compone de cuerpo de hombre con cabeza de símbolo y alas.

Por último, señalaremos un modelo que es mucho menos frecuente, el cual representa a cuatro ángeles que sostienen los símbolos del tetramorfos en sus manos. En este caso, los evangelistas son legitimados por la corte celestial de Dios.

Entre los ejemplos más tempranos del siglo V d.C. destacan los mosaicos del arte paleocristiano y bizantino, los cuales ocupan las partes más relevantes de las iglesias. La Alta Edad Media recoge el tema con entusiasmo, incorporando la iconografía a los sarcófagos merovingios y a los manuscritos iluminados como Evangelarios, Biblias y Beatos.
El Románico supone el clímax de la representación iconográfica del tetramorfos, siendo el tema preferido para respresentar la corte celestial que acompaña a Dios como Maiestas Domini y ocupando los espacios más preeminentes del espacio sacro. El Pantócrator rodeado del tetramorfos se convierte en la iconografía más usada en este momento, empleándose profusamente en los ábsides de las iglesias y los tímpanos de las portadas. Pero la representación del Tetramorfos no se restringió al espacio arquitectónico sacro, sino que sirvió para decorar multitud de objetos, tales como cruces, placas, emblemas, cálices…

La llegada del gótico supone un retroceso considerable en la representación del tetramorfos, el cual es sustituido por otros temas como el del Juicio Final. A partir de este momento no recuperará el esplendor obtenido en épocas precedentes, preferenciando otros temas iconográficos para los lugares sacros en los que se instalaba habitualmente, siendo por lo tanto muy esporádica su representación durante la Edad Moderna. Pese a ello, la iconografía del Tetramorfos es una de las más conocidas y valoradas dentro del arte cristiano.