En un artículo reciente, analizamos los materiales que intervienen en la elaboración de una pintura mural al fresco, estableciendo su proceso de ejecución. Durante este artículo de qué curioso… vamos a exponer la evolución de esta técnica pictórica a lo largo de la historia, analizando sus primeras manifestaciones y su empleo en las culturas de la Antigüedad.
El hecho de que la obtención de la cal sea relativamente sencilla y cómoda, ha favorecido que esta técnica se emplee en múltiples regiones y épocas. A ello se debe añadir que, bajo condiciones normales de humedad, la estabilidad de las obras ejecutadas al fresco es magnífica, llegando a nuestros días notables ejemplos de diferentes épocas y estilos en un excelente estado de conservación.

PRIMERAS MANIFESTACIONES
Según algunos autores la primera pintura mural al fresco conocida se realizó en el Palacio de Yarim-Lin en Alalakh, al sur de Turquía. Los artesanos que ejecutaron estos frescos extendieron una capa de enfoscado sobre los muros de ladrillo del palacio, añadiendo tierra, fibras vegetales o polvo de mármol. A continuación, aplicaron una capa fina de enlucido de cal pura y realizaron los contornos de las figuras mientras la masa estaba todavía fresca, terminando posteriormente la pintura a secco. En contrapartida, algunos investigadores afirman que los restos de cal encontrados en estas pinturas se deben al largo tiempo que se han conservado bajo tierra o al uso de agua con cal como fijativo.
Por otro lado, se conoce que esta técnica era también empleada en el Antiguo Egipto. No obstante, las condiciones climatológicas de Egipto, y su gran sequedad, les permitió no depender del fresco para realizar obras perdurables. Así, la mayor parte de la pintura mural se realizó sobre un enlucido de yeso al temple, técnica que quedaba protegida en las tumbas gracias a sus condiciones óptimas de humedad y temperatura.
ESTABLECIMIENTO DEL FRESCO EN LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA
Se puede considerar que el origen de la pintura mural griega se encuentra en la cultura minoica de Creta. Ya a finales del Neolítico, los cretenses ejecutaban una pintura sobre yeso como claro precedente de la pintura al fresco.
El esplendor de la pintura mural minoica al fresco coincide con el auge de los nuevos palacios entre los siglos XV y XVI a.C., destacando entre ellos el de Cnosos. Estas pinturas se realizaron sobre una gruesa capa de arcilla mezclada con lodo y ripio, sobre la que se extendieron dos capas de enfoscado pulido con cantos rodados. En algunos casos se modelaban las figuras previamente, generando unos frescos en relieve. Además, ocasionalmente podemos observar las huellas que dejaron, sobre la masa fresca, las cuerdas para planificar las decoraciones.

Los pigmentos empleados en estos frescos eran fundamentalmente azul de cobre, negro óxido, verde malaquita y tierras rojizas y amarillentas. Una paleta reducida, quizás a consecuencia de su condición geográfica como pequeña isla. Sin embargo, todos ellos son resistentes a la cal y por lo tanto compatibles con la técnica del fresco.
El proceso de ejecución minoico tuvo continuidad en la cultura micénica, variando únicamente los temas y el estilo. Las escenas de las pinturas micénicas quedaban encuadradas entre bandas horizontales y verticales con decoración geométrica, lo que permitía organizar perfectamente las jornadas de trabajo.

Por otro lado, debemos señalar que los restos pictóricos de la cultura griega son lamentablemente más bien escasos, conociéndose gracias a las referencias literarias y a su reflejo en la cerámica. No obstante, existen ejemplos como la tumba del nadador de Paestum del siglo V a.C., que ponen de manifiesto el panorama artístico que debido desarrollarse. Estos frescos continuaron con la técnica minoica de marcar la figura en el enlucido de cal fresco para posteriormente pintar con colores planos. A continuación, aplicaban pinceladas negras que remarcaban las figuras, ganando en naturalismo.

Y fue la búsqueda del naturalismo lo que llevó al Helenismo a perfeccionar el modelado de las figuras y trabajar el claroscuro de las formas para dotarlas de un mayor realismo. Para ello, los artistas buscaban superficies lo más lisas y lustrosas posibles, lo que permitía resaltar la volumetría de las formas. Esta técnica será perfeccionada por los romanos.
EL CLÍMAX DEL FRESCO DURANTE LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA
Las influencias griegas y orientales de las que bebió la cultura etrusca, se reflejaron en su pintura mural al fresco, presentando una técnica y un estilo muy similar al griego. Los etruscos dibujaban sobre el enlucido fresco mediante incisión, retocando con un pincel en ocre o rojo. El color negro se empleaba para los retoques y definir detalles.

Roma culminará la pintura mural al fresco desarrollada por Etruria. Pompeya y Herculano, ciudades que quedaron sepultadas tras la erupción del Vesubio en el año 79, conservan magníficos y bellísimos frescos. A ello, hay que añadir la riquísima información que aportan las fuentes escritas de la época, destacando los tratados “Historia Naturalis” y “De Architectura”, de Plinio el Viejo y Vitruvio respectivamente. Este último, describe la preparación de los morteros y señala la conveniencia de aplicar los colores sobre la masa aún fresca.
El fresco romano destacó en su pulimento, logrando un acabado marmóreo muy apreciado. El proceso de ejecución según Vitruvio comenzaba con el extendido de tres capas de revoco de mortero de cal y arena dejando un acabado rugoso para el amarre de las siguientes capas. Tras ello se extendían tres capas de enlucido de mortero de cal y polvo de mármol, para posteriormente comenzar a pintar los tonos de fondo. A continuación se procedía a realizar el primer pulimento, tras lo cual se pintaban los detalles y los elementos decorativos. Tras ello, se aplica un segundo pulimento, lo que favorecía la expulsión del hidróxido cálcico por efecto de la presión y facilitaba la absorción de los colores. Sin embargo, Plinio el Viejo aconsejaba que fueran cinco las capas a extender antes de comenzar el pintado, así como el empleo de una mezcla de mármol y arena ordinaria. En cualquier caso, ambos coincidían en que las capas deben ser cada vez más finas y presentar una proporción de cal cada vez mayor.

La sinopia se comenzó a emplear con el Segundo Estilo cuando las composiciones ganaron complejidad. Igualmente, en composiciones con figuras muy grandes, los contornos de las figuras sirvieron para dividir el trabajo en jornadas, mientras que las composiciones más sencillas se dividían en cuadrantes.
Los romanos usaron la técnica mixta, tal como lo evidencia la presencia de pigmentos que son vulnerables a la acción de la cal y la presencia de una base coloreada en zonas con pintura desprendida. Además, emplearon ciertos aditivos que procuraban diversas propiedades a los morteros empleados. De esta forma, sangre, leche de higuera, manteca de cerdo, pasta de centeno, leche cuajada y clara de huevo sirvieron para regular el secado del fresco. Sin embargo, para proteger las pinturas de la humedad y evitar la eflorescencias, los romanos mezclaron la cal con aceite. Además, Plinio proponía el empleo de la pasta de cebada para aumentar la resistencia del mortero y la sangre corteza de olmo como consolidante.
DECADENCIA Y TRANSICIÓN A LA ANTIGUA EDAD MEDIA
El uso de la técnica del fresco va decayendo durante el Bajo Imperio romano. La calidad en la preparación del soporte disminuye, perdiendo firmeza y reduciéndose las capas de enfoscado a dos. La excelencia en el pulimento que había caracterizado los frescos anteriores se pierde, encaminándose a un claro retroceso en la técnica.
No obstante, se deben destacar los ejemplos de arte paleocristiano de las catacumbas romanas. Las paredes y techos de estos espacios están dotados de frescos que pese a presentar una temática e iconografía ya propia, recuerdan estilísticamente en numerosas ocasiones a la pintura mural pompeyana.

Tras estos primeros ejemplos cristianos, habrá que esperar algunos siglos para ver resplandecer nuevamente esta técnica, tal como veremos en un próximo artículo.