En este artículo de qué curioso… vamos a dar un paso más en el análisis de la evolución de la técnica mural al fresco. En esta ocasión nos trasladaremos a Mesoamérica para ver cómo emplearon esta técnica algunas culturas prehispánicas, a la vez veremos cómo evoluciona el fresco en Oriente y en Occidente tras la caída del Imperio romano. Finalmente, contemplaremos el resurgir de un nuevo clímax con el arte románico y los caminos que esta técnica emprende durante el gótico.
LA EXPERIENCIA MESOAMERICANA
Distintas culturas mesoamericanas emplearon desde muy antiguo un tipo de pintura al fresco de vivos colores, que ha sobrevivido hasta nuestros días, pese a ubicarse en condiciones ambientales adversas para la conservación de la pintura.

Los morteros mesoamericanos se obtenían generalmente de mezclar cal, arenas de diferentes granulometrías y agua. Para la ejecución de la pintura mural extendían dos capas, una de mayor rugosidad y otra más fina sobre la que pintaban. En Teotihuacan es habitual encontrar morteros mezclados con tezontle, cuarzo volcánico o arcillas. Las arenas de cuarzo volcánico daban gran resistencia y dureza a los morteros, a la par que una luminosidad característica.

Los artistas teotihuacanos aplicaban a la última capa de mortero una fina capa de arcilla blanca, generalmente mezclada con mica y haloisita. La aplicación de esta capa permitía pulimentar la superficie a pintar generando un acabado muy liso, a la vez que prolongaba el tiempo en el que el muro se mantenía húmedo, gracias a su gran capacidad de absorción de agua.
La pintura mural maya empleó la técnica mixta. Tanto el dibujo preparatorio como la base de color y las grandes superficies lo realizaban al fresco, para posteriormente pintar las figuras, objetos y detalles en seco. Para la pintura en seco emplearon fundamentalmente pintura al temple vegetal, a la que se añadía como aglutinante gomas, mucílagos o resinas, mezclados con aceites. También se empleó como aglutinante la cera, la miel y el huevo.

La paleta maya estaba conformada fundamentalmente por blancos, negros, rojos, amarillos, azules y colores resultado de la mezcla de los anteriores. Todos los pigmentos para la obtención de estos colores se obtenían de la propia tierra, exceptuando el azurita y el malaquita para la obtención de azul el verde, los cuales se importaban desde otros territorios de Mesoamérica. Las dificultades de la importación y el encarecimiento que suponía la misma, hizo que estos artistas experimentaran en búsqueda de pigmentos y lacas para que fueran muy estables y duraderos, surgiendo los famosos azul maya y verde maya.
EL IMPERIO BIZANTINO COMO TRANSMISOR DEL LEGADO ROMANO
Tras la caída del Imperio romano de Occidente, éste se desintegró en diferentes entidades políticas. La técnica del fresco como manifestación artística perdió vigor no habiendo continuidad en los avances anteriores. La calidad de los morteros es muy pobre, presentando poca homogeneidad la masa y frecuentes oquedales internas, pese a la adición de tejolotes.
Bizancio subsistió un tiempo más a la debacle romana, dando continuidad a su cultura en Oriente, por lo que sus formas artísticas perduraron durante un cierto tiempo. El mortero bizantino, resultado de una mezcla de arena polvo y ladrillo, presentaba un aspecto más rugoso que el romano, y en general era de peor calidad. Además, los artistas bizantinos añadían materiales fibrosos de origen animal o vegetal que mejoraban el comportamiento de la masa frente al agrietamiento y retardaban el fraguado del mortero, permitiendo un mayor tiempo de pintado.

En cuanto al proceso de ejecución, se debe señalar que aunque la “jornada” no fue abandonada del todo, fue sustituida habitualmente por la “puntata”, la cual consistía en la división del espacio a pintar en dos mitades, una superior y otra inferior. Este cambio afectaba necesariamente al acabado de la pintura, ya que al abarcar superficies más extensas era necesario terminar con una mayor cantidad de pintura en seco.

Por otra parte, el pulimento de fresco bizantino, no buscaba la consecución de una superficie especular o marmórea, sino prolongar el tiempo durante el cual la pared se mantiene húmeda, ya que mediante la presión, el hidróxido cálcico salía a la superficie. Era práctica habitual pulir la escena y aplicar inmediatamente el negro, pudiendo golpear o apretar con la paleta cuando se dudara de la frescura del muro para aplicar el color inmediatamente. Primeramente se aplicaba un tono unificado a la totalidad de la escena, posteriormente los tonos medios más claros o más oscuros, y finalmente se ejecutaban los detalles. El color azul, difícil de aplicar en la pintura al fresco se aplicó generalmente en seco sobre una base de negro carbón.
Las técnicas pictóricas murales bizantinas influyeron en el arte islámico, tal como se puede apreciar en las pinturas murales de la dinastía Omega, en la pintura mural románica de occidente y posteriormente, en el siglo XV, en el arte ruso.
LA RECUPERACIÓN DE LA TÉCNICA CON EL ROMÁNICO
En Occidente, a partir del siglo XII, comienza a notarse una notable mejoría en la calidad los morteros. A la mezcla de cal, arena y agua se añadía carbón de madera, un material poroso que mejoraba la calidad del mortero resultante. La técnica se muestra deudora de Bizancio, tanto en la preparación del soporte, como en el desarrollo del dibujo preparatorio y la preparación de la jornada de trabajo. Pese a estas influencias bizantinas, la última capa de mortero románica era más delgada y menos opaca, y la incisión para ayudarse en el dibujo era poco frecuente, ya que los artistas románicos diseñaban con una mayor libertad e improvisación.

El artista románico pintaba con rapidez delimitando primeramente los contornos y las figuras sobre una base coloreada. Las masas de color de gran dimensión se realizaban primero, para posteriormente realizar los detalles como los rasgos del cuerpo humano y los pliegues de los ropajes. Finalmente, reforzaban el color y los efectos lumínicos, pintando primeramente las luces, para posteriormente reforzar los tonos oscuros. Estos últimos podían estar aplicados al temple, para que su tonalidad no perdiera intensidad.

Casi siempre la técnica empleada era mixta, completándose con colores a la cal o al temple. Como aglutinante se empleaba la goma, la leche, el higo, el huevo, la cera y muchos otros. La jornada de trabajo, denominada “andamiada” era dura y peligrosa, sucediendo numerosos accidentes durante la ejecución de los trabajos en altura.
DOS CAMINOS EMPRENDIDOS DURANTE EL GÓTICO
En el Románico tardío los frescos terminaban cada vez con una mayor cantidad de pintura en seco, lo que llevó consecuentemente a la experimentación de estas técnicas, que evolucionaron notablemente. A la vez, la pintura de óleo hace su aparición y nuevos soportes vienen a competir con el muro.
La revolución estructural que supuso la arquitectura gótica, afectó directamente a la pintura mural templaria, ya que sus muros presentan grandes superficies horadadas que dejan poca superficie de muro para la pintura. Es el momento de las vidrieras, cuya estética influye en la técnica del fresco, la cual gana en transparencia. Y como esta cualidad pictórica no se podía obtener mediante colores a la cal, se emplearon técnicas en seco con aglutinantes.

La ejecución del fresco gótico comenzaba con la preparación de soporte. A continuación se aplicaban aglutinantes para dar mayor luminosidad, para posteriormente extender el color por superposición de capas. Pese a que la pintura mural religiosa fue desplazada por la vidriera, ésta siguió teniendo un papel fundamental en la arquitectura civil y palaciega.
Este panorama fue más o menos homogéneo en toda Europa con una salvedad, la pintura mural al fresco italiana. El creciente interés por la representación volumétrica y la perspectiva, lleva a Italia a desarrollar una pintura que emprenderá un camino bien distinto, como veremos en un próximo artículo.