Tras haber analizado la influencia que tuvo el pensamiento humanista en el empleo del color negro en el traje español, exponer el papel que tuvieron los monarcas Carlos I y Felipe II para su establecimiento y presentar la aportación fundamental que realizó el Nuevo Mundo con la obtención de un nuevo tinte negro; nos disponemos en este artículo de qué curioso… a examinar la continuidad del modelo generado por Felipe II durante el siglo XVII y establecer la influencia que supuso la Contrarreforma en la afirmación de dicho modelo.
LA INFLUENCIA DE LA CONTRARREFORMA
En el siglo XVI se produce la ruptura definitiva de la unidad del cristianismo, resultando a grandes rasgos, una Europa meridional católica y una Europa septentrional protestante. Esta escisión es el resultado de un proceso largo y traumático con germen en las revueltas ideológicas de los territorios de Países Bajos y parte de Alemania a lo largo de los siglos XIV y XV.
Tanto la Reforma como la Contrarreforma vieron en el color negro la expresión de la seriedad y el rigor. En el Concilio de Trento, que se celebró durante el reinado de Carlos I, se definió la doctrina católica y se condenó la Reforma como herejía. Los teóricos de dicho concilio reflejaron en sus tratados ciertas consideraciones sobre la idoneidad en el traje.

A su vez, la Monarquía Hispánica, abanderada como principal defensora de la Iglesia católica, reflejó los valores de humildad y decoro que promulgaban dichos tratadistas. Este carácter nacional y contrarreformista estuvo más acentuado en el traje femenino. La Contrarreforma censuró algunas costumbres de la imagen y la indumentaria de las mujeres, imponiendo el pudor y la compostura con el negro como protagonista. Las esposas e hijas de Felipe II fueron el modelo a seguir, resaltando la moderación y la contención. Este modelo femenino prevaleció durante el primer tercio del siglo XVII, sobreviviendo a la muerte del monarca. A partir de entonces el color negro no fue una constante en el traje femenino, pese a que su uso, fue apoteósico en el traje masculino hasta finales del siglo XVII.

Las consecuencias sociales de todo ello se sintieron con especial ímpetu desde finales del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII con el fin de las guerras de religión. La unión entre la Iglesia y el absolutismo de las monarquías reinantes tuvo su máxima expresión. Religión y política trabajaron juntos para un mismo fin: conseguir una sociedad compacta y un férreo control de la misma.
EL NEGRO DE LOS HABSBURGO EN EL SIGLO XVII
Felipe III no tuvo la misma predilección que su padre para el color negro. Los testimonios escritos que han llegado a nuestros días describen al monarca vestido generalmente de blanco y aderezado con detalles lujosos. Además, nunca posó para un retrato real con prendas negras, lo que parece indicar que fue el único Habsburgo en rehuir de dicha tonalidad. Sin embargo, la corte siguió empleando el color negro con profusión.
Sin embargo, su sucesor Felipe IV, volvió la mirada hacia su abuelo Felipe II, estableciéndolo como modelo a seguir en un momento en el que la Monarquía Hispánica se encontraba en decadencia y cedía terreno frente a la francesa. El conde-duque de Olivares dio forma a un programa que intentaba emular al rey prudente, y pretendía devolver la gloria al reinado de Felipe IV. Pese a que quedó lejos de tal grandiosidad, compartió sus valores morales, lo que se reflejó en la imagen que proyectó de sí mismo.

El monarca quiso igualmente demostrar la misma modestia que su abuelo, para lo que legisló en contra del lujo y la ostentación que se habían implantado durante el reinado de Felipe III. De esta forma, se prohibió el empleo de bordados e hilos de metales preciosos y se impuso la golilla, la cual iba a sustituir al carísimo cuello lechuguilla. El negro se asoció tan profundamente a la corte española que aquellos extranjeros que contaban con audiencia real acudían siempre vestidos de negro, transformándose en una costumbre protocolaria. Diego Velázquez, tomó el testigo de Tiziano y se convirtió en el preferido de los Austrias, siendo el principal encargado de construir la imagen del rey y su corte, retratándolos en riguroso negro. Sus admirados retratos son una pequeña muestra de su grandeza.
La confianza que el monarca depositó en el pintor es patente en su nombramiento como aposentado de palacio, lo que le llevó a acompañar a Felipe IV en su viaje a la Isla de los Faisanes para entregar en matrimonio a su hija María Teresa con Luis XIV. Velázquez estaba encargado de supervisar la buena marcha de la ceremonia, tarea complicada debido a la envergadura del acto. Pese a ello, el monarca no utilizó los servicios artísticos del pintor más allá de la elección de los tapices para decorar los pabellones, desaprovechando una oportunidad idónea de propaganda.

El pabellón dividido en dos mitades iguales contaba con un espacio central para el encuentro entre los dos monarcas. La imagen no puede ser más elocuente, reflejando hasta en el modo de vestir, la rivalidad entre las dos potencias. La ostentación francesa, en una amalgama de pelucas, lazos y encajes de vibrante colorido contrasta profundamente con la austeridad de la indumentaria española en tonos oscuros y pardos, entre los que destaca únicamente la novia vestida de blanco. Llama la atención que el único integrante de la delegación francesa que va vestido de color negro, sea Ana de Austria, hermana del monarca español, la cual parece no encajar entre tanto colorido.
Este acontecimiento parece reflejar el momento en el que la hegemonía de la moda pasa de manos de los españoles a los franceses. Francia marcará las tendencias en Europa y España seguirá su tendencia independiente, aferrada a la tradición propia de la Casa Austria. No obstante, pequeñas asimilaciones se fueron realizando poco a poco, como la introducción del guardainfante en sustitución del verdugado, el cual se adaptó al gusto español; así como el uso del corpiño escotado que se irán pronundciando más, hasta llegar a un corte recto que muestra los hombros, ya en el reinado de Carlos II.
Durante el últino tercio del siglo XVII, el reinado de la Monarquía Hispánica quedó en manos de Carlos II, el hechizado, el cual siguió fiel a la imagen de su dinastía, vistiendo el color negro de manera constante. Durante su gobierno intentó mantener el pulso a la potencia francesa de Luis XIV, logró mantener intacto el imperio y recuperar las arcas públicas. Pese a que el negro siguió siendo el color más empleado en la corte española, también se empezaron a introducir subsidiariamente gustos de la moda francesa. Al no contar con descencencia le sucedió en el trono el primer Borbón, poniendo fin de esta forma a la Casa Austria y con ello al “traje a la española”, e introduciendo los gustos por lo francés.

De herencia humanista y borgoñona, el color logró imponerse en toda Europa gracias a la hegemonía política de España. A diferencia de otros soberanos, los Habsburgo no necesitaron adornos o extravagancias en su indumentaria, su sola figura con un atuendo completamente negro, valían para legitimar todo su poder. El propio rey se convertía así en un símbolo de la grandeza.